Para terminar con el capítulo cuarto de la exhortación Amoris Laetitia del papa Francisco, recogeremos a modo
de síntesis su último acápite, en donde se reflexiona sobre la transformación del amor.
Durante todo el capítulo cuarto el papa Francisco nos ha invitado a reflexionar sobre el himno de la caridad y
poco a poco ha ido desentrañando los comportamientos propios del amor. La paciencia, la actitud de servicio,
la amabilidad, el desprendimiento, la capacidad de perdonar, de alegrarse con y por el otro y sembrar una vida
en común desde la confianza.
Evidentemente que todas estas cualidades implican una transformación personal. Cada una de ellas, es un
desafío interno que elige cada día. Por ejemplo, siempre podemos elegir confiar en el otro, aunque por dentro,
sintamos la tendencia a no hacerlo. Si elegimos confiar a pesar de nuestra propia inseguridad propagaremos la
confianza incluso aunque el otro no esté dispuesto o disponible a recibirla.
Si no tenemos paciencia para creer en la fuerza transformadora de la confianza, no veremos sus frutos. Así
mismo, si no tenemos la confianza necesaria en el amor, tampoco podremos acceder a su fuerza
transformadora.
¿Pero, en qué nos transforma el amor?
Primero nos abre los ojos a la belleza, a la alegría, a la confianza y a la existencia misma. Nos afina la mirada
para ver más allá de la estética, de la pasión, de la conveniencia, de la utilidad. Detrás de nuestra pareja ya no
está solamente esa persona atractiva que nos llamó la atención o esa persona que nos descubrió la pasión
emocional, psíquica, social y sexual. El amor nos permite ver más allá de todas esas cualidades personales y
avanzamos a ver la dignidad intrínseca, la semejanza y la libertad del otro.
El amor transforma la actitud de control y de seguridad que tanto buscamos los seres humanos. El amor nos
permite ver lo “único e irrepetible” de cada persona, de cada momento.
Nos permite acceder al movimiento propio de la existencia. Es decir, a esa cualidad tan humana de ser un
gerundio; es decir, evidenciar que “vamos siendo”. Cada día como una nueva posibilidad. Cada situación como
una nueva perspectiva.
El amor también nos deja claro que el amado nos transforma tanto como nosotros a él. Aunque cada persona
con la que nos encontramos toca nuestra existencia y la modifica, esto se expande exponencialmente cuando
hay amor de por medio.
Evidentemente esta fuerza no se detiene. En el continuo del tiempo se mantiene. Todos vamos cambiando por
acción del amor y por ello, el amor también nos educa a elegirnos cada día y a saber elegir el comportamiento
ante cada situación.
Cuando esto se debilita, el amor queda atrapado por ideas y pensamientos y entonces no se construye el
presente, levantándose un castillo de naipes sobre ideas viejas en vez de un árbol sólido sobre raíces
profundas.
Por ejemplo, vivir con la “imagen de la pareja anclada en el pasado” es no vivir en pareja. En el fondo es vivir
uno mismo con sus propias ideas. La transformación de una persona en el amor justamente destruye tal
ceguera y abre los ojos al presente y la confianza de que todos somos seres de posibilidad. Esta transformación
quizá es de las más significativas.
En ese continuo cambio se comprende por ejemplo el perdón. No se puede perdonar una vez y decir que se ha
perdonado. Los errores no se perdonan y se olvidan, los errores se perdonan cada día para que cada día vayan
dejando un rastro nuevo. Una huella nueva que va cambiando la desconfianza en confianza, un rastro nuevo
que facilita la transformación completa de la persona y no un mero “olvido”.
Hemos pasado recientemente la Navidad, un nuevo año se abre ante nuestra existencia como una enorme
posibilidad de dejarnos transformar por el amor y ser semilla para los que amamos.
Reflexionemos y permitamos que el amor transforme nuestra vida y abra nuestros ojos, quizá en el amor está
la llave para comprender la invitación de Jesús cuando nos dijo: “La Verdad os hará libres” (Juan 8, 32).
instante en el tiempo va tejiendo nuevas ideas, pensamientos, emociones y sentimientos
Cada uno de estos comportamientos quedarían sin sustento si no se los fundamenta en la realidad de cada día
y, por tanto, en la dinámica de cada día, de cada persona, de cada situación, de cada circunstancia.
Se puede hablar en general de muchas actitudes amorosas, pero si no existe un aterrizaje existencial que
implique reconocer el cambio continuo de la vida y de las personas todo puede caer en mera teoría.