01 Jun VIVIR EN PAREJA.- LA PRIMERA DECEPCIÒN.-
VIVIR EN PAREJA.- LA PRIMERA DECEPCIÒN.-
Publicado Revista Logoterapia Quito. Marzo 2014.
Vivir en pareja quizàs es la tarea màs difícil sobre el tema del amor. Los mitos sobre “hasta que la muerte nos separe” “el amor basta” “si nos amamos todo serà posible” “la fidelidad es parte del amor” “el que ama siempre piensa en el otro”, con el tiempo y la convivencia empiezan a cobrar un matiz existencial. Què quiero decir con esto de “existencial”, pues que la experiencia humana rebasa muchos de los conceptos que, sobre valores en pareja existen. Algunos conceptos nos quedaran cortos y otros, quedaran demasiado grandes y, a veces, casi imposibles de encajar con nuestro ideal.
El ES y el DEBERÌA SER de un matrimonio, desafìarà con seguridad a los convivientes, demandando de ellos, acercar lo màs posible la cotidianidad con el ideal.
Al fin y al cabo, la pareja es una díada vertiginosa en donde existen multifactores que entran en relación y la modifican. Se combinan tantos elementos en la relación interpersonal que resultarìa complejo, determinarlos ahora mismo en este escrito. Lo que si es posible afirmar es que el matrimonio y la convivencia son absolutamente permeables al ambiente.
La pareja, en la etapa del amor romántico, tiene la apariencia de un sistema cerrado, es decir, un sistema inmune al ambiente que lo rodea. Al principio y nutrido por las ilusiones, el deseo, el erotismo y la pasión se convierte en una fortaleza infranqueable. Quizàs, por ello, los mitos son fáciles de creer. “Somos los dos, frente al mundo, frente a los otros y nuestro amor, lo puede todo”
Sin embargo, pronto nos damos cuenta de que esto no es cierto. La vida en pareja empieza a abrirse, convirtiéndose en lo que es: un sistema abierto y extremadamente vulnerable al medio. Esto ocurre una vez que el amor romántico da paso al amor de compañeros de vida; alli el apego empieza a confrontarse con nuestras propias necesidades de libertad y expansión.
En los primeros años de convivencia, los mitos empiezan a sonar novelescos y empiezan a distar de la realidad. Nos vamos encontrando con demandas personales y con demandas de libertad y, el otro, empieza a revelarse como un demandante, tan intenso como nosotros mismos.
Este período puede estar plagado de “desilusiones” y “desadaptaciones”, de malos entendidos y buenas intenciones, pero imposibles de practicar en la vida diaria.
Entonces, lo que llamo el “mundo conitos” empieza a caer sin que podamos consolarnos. Las fantasías sobre el amor empiezan a tocarse codo a codo con el realismo de la vida; las ilusiones se topan cara a cara con la existencia cruda y dura; las palabras dejan de tener esa prudencia que tenían y, la armonía absoluta pasa a ser un grito por “poder convivir en paz”.
Muchas parejas llegan a terapia en esta situación. Desconsoladas por no poder encontrar el camino para coexistir. Es decir, para encontrarse como dos libertades, dos autenticidades, dos responsabilidades, dos proyecciones, dos identidades. La comunicación suele ser la primera víctima del “mundo conitos”. Ya no fluye con la tranquilidad de antes, ya no parece ser eficaz a la hora de transmitir confianza, ya no parece traducir códigos diferentes como antes lo hacìa, en una visible facilidad.
A este momento, llamo la “ilusiòn de la estafa”, la caída del “mundo conitos del amor pasional” al “mundo del amor de convivencia”. Muchos sienten una especie de fraude en sus vidas. Nuestra pareja no es como pensábamos y esperábamos. Su familia no es lo que pensábamos y esperábamos. Sus amigos tampoco lo son. El trabajo o la falta de este revelan una forma de ser. El manejo del dinero proyecta diferentes rasgos y muchos de los comportamientos empiezan a ser extraños. La consecuencia: el romanticismo empieza a emigrar, el enamoramiento termina para dar paso al amor.
Lo que ocurre, es que la conquista ha pasado y con ello, toda la dinámica propia de querer complacer. Ahora se levantan las identidades una frente a otra, pidiendo ser respetadas, amadas tal como son y potenciadas.
El “yo” se desprende de la ilusión de ser una especie “hìbrida”, una ilusión de ser UNO cuando sabemos que somos DOS.
El “yo” reclama su espacio de desarrollo, el respeto por su sistema valórico, por sus esquemas, por sus creencias, por sus experiencias, por sus relaciones, por sus preferencias, por sus disfrutes, por sus esperanzas. El “yo” aspira a ser encontrado en el “tù” sin perder su identidad.
Asi, el “nosotros” pasa de ser una fantasía idílica a ser una realidad que demanda construcción. Los conflictos demandan mejorar la comunicaciòn y la destreza conjunta de resolver problemas. Las relaciones con los demàs, llámese familia o amigos, demandan espacios de respeto y comprensión. El trabajo, las tareas, empiezan a quebrar el tiempo compartido y su calidad. Y, todo esto, empieza a demandar un esfuerzo personal que dependerá de nuestra capacidad de vivenciar el amor de un modo maduro y, obviamente de nuestra personalidad, entendida en su espectro màs amplio.
En la etapa de la “ilusión de la estafa” se ponen en juego todas nuestras destrezas. Nuestra capacidad de comunicarnos con eficiencia, nuestra capacidad de equilibrar el “yo” con el “otro”; nuestro equilibrio emocional y, nuestra capacidad de adaptarnos y aceptar la adaptación del otro.
No es fácil poner en el tapete estas destrezas; al fin y al cabo, el amor nos desafìa màs alla de nuestras capacidades, pues necesita del “otro” y, quizàs ese “otro” no coincida en nuestros momentos y, menos aùn, en nuestras prioridades. Combinar dos identidades es el reto màs desafiante de la convivencia en pareja.
La prueba empieza, y con ello, el amor en su sentido màs existencial. Nada està escrito. Todo debe escribirse. Nada vale ser copiado, todo debe ser creado. No hay una esencia previa que nos diga que hacer, todo debe construirse del modo màs original que jamàs hayamos pensado.
Original. Sin modelos que emular. Sin paradigmas que seguir. Sin guiones que aprendernos. Somos abocados a vivir, desilusionados y deseando no abandonar nuestras expectativas, pero motivados para escribir nuestra propia historia de pareja, nuestra propia historia de amor.
La mayoría de parejas trataran de “parecerse” o “evitar” a toda costa el modelo de sus padres. Si estos modelos se parecen, quizàs exista la ilusión de que serà màs fácil, pero si no es asi, la pareja serà arrastrada por inverosímiles desencantos y desajustes.
Y digo, ilusión de ser màs fácil en el caso de compartir modelos parecidos, porque no serà fácil incluso en este caso. La pareja corre el riesgo de ser “asimilada” o “acomodada” y pierde su potencialidad de ser “creadora de un modelo propio” y con los años, lo resentirá.
No hay modelo que seguir, porque no hay dos personas iguales en este mundo, menos una pareja idéntica. Esto es imposible.
Los modelos no son “moldes”, son modelos simplemente. Esto quiere decir que podemos seguir un ideal de matrimonio basado en un modelo. En psicologìa, esto se llama aprendizaje por modelamiento o vicario. Es tan eficiente como cualquier aprendizaje, pero no olvidemos que el aprendizaje por “primera mano” es el que escribe la veradera historia personal.
Los moldes son espacios donde la autenticidad y la originalidad mueren lentamente. Igualmente que los “roles” o los “deberìas sociales” que van perdiendo fuerza con la madures y los años, dejando atrás, la pereza mental y la sumisión absurda. Al final, todos sabemos que los moldes terminan por frustrarnos y con la frustración, vendrà el enojo, la irascibilidad y en su extremo, la depresión o un “vacío existencial” profundo.
Què hacer entonces? Revisar mis propios mitos sobre el amor y el matrimonio. Asumir mi responsabilidad en la relación sin victimizarme. Asumir que la vida en matrimonio es una creación diaria y representa el màs bello esfuerzo por encontrarme con otro ser humano en su màs profunda experiencia.
Un esfuerzo que implica, entre muchas cosas màs, revisar mi comunicaciòn; aceptar al otro como es y no como quisiera que sea; chequear si mi “soy” es congruente y consistente; abrirme a la empatìa como un acto de amar y no como el famoso “aguante”; aceptar las circunstancias de pareja como potenciadoras y no como detonadores; trabajar en el compromiso, la complicidad y la incondicionalidad.
Si somos capaces de “vernos a nosotros mismos” podremos asumir el poder “ver al otro”. El maestro de los maestros ya lo dijo: “ama al otro como a ti mismo”, nunca dijo “ama al otro contra ti mismo”. Solo quien puede verse puede estar dispuesto a “vaciarse” ante el otro.
Es este vaciado de uno mismo, es decir, la capacidad de abrirme al otro sin prejuicios y con la disponibilidad absoluta de respetar al otro, el que nos permitirá conocer a nuestra pareja en la mayor de las intimidades, para desde alli, apoyarla, potenciarla o simplemente, acompañarla en este camino compartido que es el matrimonio.
Siempre recordaremos con alegría el “mundo conitos del amor romántico” y quizàs, desde esa dulce inspiración, enfrentemos el mundo real sin temor, con la audacia de quien sabe que la libertad exige creatividad y, con la espontaneidad de sabernos trascendentes en el acto de amar.