Una Historia que se Repite

Siguiendo con nuestras reflexiones sobre la Encíclica Fratelli Tutti nos encontramos con este título, que, a partir de la parábola del buen samaritano, nos sugiere pensar en cómo vivimos la fraternidad, en las personas heridas, en los salteadores y en los indiferentes de este tiempo.

Hay que decir que en nuestro mundo existen muchas personas heridas. Heridas por la violencia implícita y explícita; por la insensatez de los líderes en la historia y de la actualidad; por la inequidad, por la injusticia, por el racismo, por la exclusión, por viejas rencillas, por traumas de guerra, de tribu, de familia, etc.

Incluso la indiferencia es un síntoma de una herida previa. Y es que la indiferencia es una manera de evitar algo. Una ceguera intencional con la que las personas se defienden del posible contacto con los demás, del vacío, de la tristeza, de la decepción o simplemente del miedo por perder las bambalinas típicas del poder, del estatus, de la utilidad de pertenecer a un grupo; o por temores provenientes de heridas afectivas. La indiferencia es algo así como estar hundido en algo y evitar salir de ese hueco porque se cree equivocadamente que allí hay seguridad.

Las personas indiferentes también sufren pues generalmente se quedan solas, desvalorizadas, y desde su tremendo miedo por abrir su corazón, pierden lo bello del encuentro humano, del amor, de la compasión, de la colaboración, del sentimiento de comunidad, etc.

Vale resaltar que la indiferencia es una actitud totalmente contraria a nuestra naturaleza. Incluso en nuestro cerebro contamos con las neuronas espejo que nos permiten comprender los sentimientos de los demás y establecer conexiones para el aprendizaje y la empatía. Tenemos muchos neuroquímicos y varias funciones orgánicas que vinculan nuestra necesidad primaria de supervivencia con esa habilidad empática.

Por otro lado, también desde nuestra naturaleza social estamos llamados a participar de la realidad y sus posibilidades, involucrarnos, cooperar, encontrarnos con otros, etc. Toda la historia humana se fundamenta en la doble vía de dar y recibir. Si nuestra naturaleza biológica y psicosocial estaría programada por la indiferencia, con seguridad no hubiésemos sobrevivido como especie.

De hecho, cuando vivimos la indiferencia ya sea porque nosotros somos los indiferentes o porque otros lo son con nosotros, nos podemos enfermar. El sentimiento de soledad, el aislamiento, la sensación de no importarle a nadie y de que nadie nos importa, causa patologías psicológicas importantes y la sensación de no contar con alguien es uno de los factores de más incidencia en el comportamiento neurótico.

También tenemos que saber que la indiferencia guarda la intención consciente de ser indiferente. Es decir, no es un tema de ser indiferente sin advertirlo o sin darse cuenta. Las personas indiferentes tienen ojos y oídos para saber lo que ocurre. El problema radica en las barreras mentales que les impide hacer algo.

El salteador, el levita y el sacerdote sabían que había un herido en el camino,  pero no hicieron nada porque no lo “quisieron hacer”. Los tres personajes actuaron desde la indiferencia porque actuaron desde el dictado de sus propios intereses, de sus propias barreras mentales.

Pero ¿de qué barreras hablamos? Evidentemente de barreras creadas por el ser humano para sostener ideologías de estatus, de roles, de máscaras sociales, de orgullo, de vanidad, de poder. Una mentalidad que brota y se agota en el egocentrismo y sus desvaríos.

En la parábola, Jesús, como siempre, nos pide ir más allá de todo esto. Él nos pide ensanchar la mirada, abrirnos para dar, exponernos y salir de nosotros mismos. El subraya nuestra naturaleza: esa tendencia a ayudarnos entre todos; la capacidad de cuidarnos recíprocamente; la responsabilidad que todos compartimos; la fortaleza de voluntad que todos tenemos para actuar; la generosidad de la que somos capaces para no pedir nada a cambio de lo que damos. En otras palabras: la actitud humana natural que se abre al amor.

En esta parábola, la llamada es directa y simple. ¿eres capaz de abrirte a los demás? ¿te detendrías ante el necesitado?

Habrá que responder y al hacerlo habrá que hacerlo sin excusas de por medio. Es que estoy muy ocupado; es que tengo otras obligaciones; es que no lo conozco; es que me da miedo; es que tengo muchos problemas propios; es que no soy tan fuerte; es que no tengo tiempo; es que estaba despistado; es que…..; es que….; es que….

En la actualidad, estamos en un mundo globalizado, hiper comunicado, enlazado a tiempo real por la tecnología, así que tampoco vale el “no lo sabía”. No es un tema de hacer por hacer, es un tema de ejercitar la empatía y cambiar por dentro.

Y si queremos optar por la indiferencia, recordemos que, como es contraria a la naturaleza humana,  necesitaremos una gran dosis de auto engaño para convencernos de que ser cómplices de un mundo indiferente es lo adecuado.

Nadie puede servir a dos amos. O somos indiferentes o somos cristianos.

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