Con este título arranca el papa Francisco el capítulo cuarto de la encíclica Fratelli Tutti. Inicia este apartado con una frase por lo demás contundente “todos los seres humanos somos hermanos y hermanas, si no es sólo una abstracción, sino que toma carne y se vuelve concreta, nos plantea una serie de retos que nos descolocan, nos obligan a asumir nuevas perspectivas y a desarrollar nuevas reacciones”
De este modo, el papa subraya que el verdadero desafío del ser humano ante la fraternidad es comprometerse a permitir que esta noción revolucione nuestra mentalidad y nos emplace a un novísimo enfoque de la vida y de las relaciones humanas y sociales.
Pero ¿qué implica asumir este reto?
Quizá justamente este es el meollo de todo lo que plantea el papa en la encíclica que venimos analizando pues la fraternidad no puede quedarse como una lírica o una noción romantizada de nuestra existencia. La hermandad humana no es un asunto filosófico o de mera ideología, es una de las claves centrales de nuestra fe y, por tanto, tiene la potencia de ser transformadora por sí misma.
Para reflexionarlo, miremos algunas de esas claves. Empecemos por asumir que al aceptar que Dios es nuestro creador, estamos también asumiendo que somos sus criaturas y que, como tales, reconocemos la misma cualidad en todas las personas que nos rodean sin ninguna distinción.
De hecho, este es el fundamento de la dignidad y el valor inherente de todo ser humano desde la antropología cristiana. Sobre sus fundamentos se sostiene la ética y la noción de comunidad, así como el reconocimiento de que todos guardamos la posibilidad de relacionarnos con Dios y de acceder a sus atributos como al amor, a la creatividad, a su generatividad, a su orden, compasión y misericordia.
Adicionalmente, el reconocimiento de que todos somos hijos de Dios y creados a su imagen y semejanza nos aproxima al misterio de la revelación de Jesús como el rostro humano de Dios, como el puente entre lo visible y lo invisible. A tal efecto, recordemos algunas frases del evangelio que apuntan en esa dirección “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.» (Jn 1,18) o como la afirmación de Jesús cuando le dice a Felipe: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14,9).
Todos los derivados de la visión cristiana surgen de esta revelación; es decir, no solamente surge la antropología cristiana, sino también todos los cimientos de comprensión sobre el por qué, el para qué y el cómo de la convivencia humana.
Como dice el papa Francisco, asumir esta verdad implica asumir varios desafíos, especialmente aquellos que nos confrontan con las prácticas culturales de nuestro tiempo como el individualismo, la competitividad, la exclusión y la división humana por cuestiones socioeconómicas o raciales.
En esta perspectiva, evidentemente que la fraternidad puede descolocarnos, retarnos y desafiarnos constantemente. Si aceptamos que el otro es nuestro hermano o hermana debemos vivir en consecuencia; es decir, comprometernos a actuar responsablemente ante el otro, ante e l próximo,
ante el lejano, ante el diferente, ante el que no nos gusta, nos resulta antipático o incluso, ante quién sentimos animadversión o consideramos nuestro enemigo.
Jesús es la voz y el ejemplo sólido de este desafío. La voz del Padre que no distingue entre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos. La encarnación de lo divino que expresa el amor sin restricciones, que perdona sin límites y no juzga ni se deja llevar por las apariencias, las nacionalidades o los prejuicios culturales.
Dado que el Creador habla a través de su criatura y dada nuestra fe, en nuestro caso, la fraternidad no puede ser un mero discurso, sino que debe «leerse y reconocerse» en nuestra vida cotidiana, debe expresarse en cada uno de nuestros actos y convertirse en un compromiso consciente de tal magnitud que incluso pueda ser una inspiración y por qué no, también un contagio colectivo.
Reflexionemos sobre ello con seriedad. Exploremos en nuestro interior si actuamos con prejuicios ante los demás. Observemos nuestras actitudes y comportamientos. Apliquemos cada día la máxima ética de estimar al otro tanto como quisiésemos que nos estimen a nosotros mismos.
Tener un corazón abierto al mundo entero si bien es un reto, también es una liberación.