SIN DIGNIDAD HUMANA EN LAS FRONTERAS 37

SIN DIGNIDAD HUMANA EN LAS FRONTERAS

 
Siguiendo con nuestras reflexiones sobre la Encíclica Fratelli Tutti, entramos a un tema de enorme importancia en el mundo actual: la migración y la movilidad humana. Un tema que para el Papa Francisco es tarea ineludible de todo cristiano.

Para adentrarnos en este escenario, vale la pena observar los datos que la Organización Internacional de Migración (OIM) nos ofrece cada año. El último informe de esta entidad indica que en el 2020 había en el mundo aproximadamente 281 millones de migrantes. En este panorama, resaltan los 82,4 millones de personas que se han visto forzadas a dejar sus hogares por razones de persecución, conflictos, violencia y violaciones de los derechos humanos. Una cifra que crece de modo vertiginoso en las últimas décadas.

Si a esto sumamos los efectos económicos de la pandemia que proyectan mayores desplazamientos y el drama de la invasión rusa del 24 de febrero a Ucrania, advertimos la enorme complejidad de esta realidad. Una realidad que más allá de las cifras nos relata historias personales, familiares, comunitarias. Proyectos vitales y sueños humanos que, lamentablemente, muchas veces están encadenados a procesos de violencia, abuso psicológico, peligro físico, tráfico de infantes, trata de personas y una serie indescriptible de verdaderos desgarros emocionales y eventos traumáticos.

Toda migración, llámese voluntaria o forzada, exige por sí misma, mucho esfuerzo y enormes retos de aceptación al desarraigo, de adaptación, de integración, etc. Si a esto le sumamos la tragedia de los traumas de guerra, mafias, persecuciones, violaciones, etc. tenemos una combinación de factores que desembocan en un profundo sufrimiento. Un dolor que millones de personas sienten ahora mismo. Un síntoma claro que exige una reflexión seria y una conciencia clara.

Como dice el papa Francisco, los migrantes hasta tienen que convertirse en «protagonistas de su propio rescate» ante la indiferencia de un mundo individualista e irresponsable con el prójimo. Una situación que normaliza la idea de que hay personas “menos valiosas, menos importantes, menos humanas…” Es decir, un ambiente realmente violento con nosotros mismos porque “nos priva a todos del deseo y de la capacidad de encuentro con el otro”.

Evidentemente, los cristianos no podemos caer en ese ambiente de hostilidad, de xenofobia o de desvalorización de cualquier persona por raza, condición o situación migratoria. Para nosotros, comprender la unidad en la diversidad es reconocer el orden de la creación, reconocer la dignidad que compartimos y reconocer la responsabilidad que eso implica. Saber desde el corazón que ese “otro” es nuestro hermano y comprender que lo que le ocurre a nuestro hermano, nos ocurre a todos.

Y es que la fraternidad no se agota en el pensar o en el discurso, sino, sobre todo, en la práctica cotidiana y consciente.  Si para la geopolítica o para la economía mundial, la migración es un tema que se discute en categorías de fronteras, territorialidad, soberanía, intereses, etc. para los cristianos, la migración es una expresión natural y propia de un hogar compartido.

Ni siquiera es un tema que se agote en la ética o en la moral, pues apunta a algo más profundo: apunta a nuestra capacidad de “reconocer al otro como un hermano” y desde tal consciencia comprender la hospitalidad. Una hospitalidad que no depende de la ausencia de conflictos o posibles diferencias, sino que depende de la generosidad y apertura para enfrentarlas.

Todos tenemos que preguntarnos sobre esa hospitalidad ¿somos capaces de ese reconocimiento del otro? ¿somos capaces de comprender la diversidad sin dejarnos atrapar por el miedo, la indiferencia o la propaganda antinmigración? ¿construimos un “nosotros” o excluimos a “los otros”? ¿somos cómplices de la estigmatización o la desvalorización de los migrantes?

Respondamos de modo honesto a estos interrogantes, máxime si nosotros mismos somos migrantes. Nuestro mundo no puede estar preso del miedo entre los dogmas de una cultura que divide, rivaliza, excluye y crea inequidad multiplicando esa cerrazón mental que militariza fronteras y criminaliza a millones de personas.

Hoy, la confianza en la humanidad requiere ser reinterpretada. Ojalá y esa reinterpretación surge de la actuación de cada uno de nosotros; no sólo desde la fraternidad sino también desde el reconocimiento de que este mundo y la creación que acoge no son objetos de los cuales podemos apropiarnos, sino la expresión de la hospitalidad amorosa de Dios.