Continuando con nuestra reflexión sobre la Encíclica Fratelli Tutti del papa Francisco, encontramos la referencia a la función social de la propiedad. Un tema de cuya comprensión depende no solamente la solidaridad, sino, sobre todo, la comprensión de la coresponsabilidad con este planeta y con nuestros semejantes.
Empecemos por reconocer que este mundo y todos los recursos que existen en él son un regalo de Dios. La tierra, los árboles, el agua, la fertilidad del suelo, la función de los animales en cada ecosistema son muestras claras de ese regalo. Existe un orden en este mundo que apunta a la vida y a la subsistencia de esa vida.
Si lo vemos desde esa perspectiva, todos tenemos derecho de acceder a ese regalo de Dios. Es justamente en este contexto, que se habla de la “función social de la propiedad»
¿Qué significa función social de la propiedad? La función social de la propiedad es un concepto jurídico y económico que se refiere a la idea de que la propiedad de un bien o recurso debe cumplir con ciertas obligaciones y responsabilidades hacia la sociedad en general, además de servir los intereses del propietario. Este concepto se basa en la noción de que la propiedad no es un derecho absoluto, sino que está condicionada por las necesidades y el bienestar de los demás.
Lamentablemente, esta declaración legal y que la mayoría de las legislaciones recogen no es verdad en los hechos. La acumulación absurda de propiedades, recursos naturales y hasta de fuentes de vida, claramente no han respetado esa “función social”. Sobran los ejemplos. Hay miles de hectáreas de cultivo de campesinos que se han quedado sin agua porque las grandes empresas de agroindustria han acaparado las fuentes principales de agua. Hay zonas geográficas enormes, cuya desertificación o infertilidad responde a una sobreexplotación de los suelos, a la tala indiscriminada de los bosques, a la excavación irresponsable de minas subterráneas, etc.
Claramente, es un asunto que el ser humano tiene que resignificar y reproponer, pues no solamente está en juego los intereses colectivos de la mayoría, sino algo mucho más valioso: nuestra supervivencia como especie.
Solamente la cooperación entre todos puede revertir el daño que hemos causado en este planeta por centrarnos en la acumulación y olvidar la función social de la propiedad.
Pongámoslo en un ejemplo más cercano y cotidiano para dimensionar el error que hemos cometido. Pensemos lo que ofrecemos a nuestros hijos. Todos, en mayor o menor medida, ofrecemos a nuestros hijos una habitación cómoda individual o compartida; compramos juguetes para que se entretengan entre hermanos, libros para que lean, recursos educativos para que aprendan, etc. Todos esperamos que, entre hermanos, se ayuden, se apoyen y compartan sin egoísmos o peleas.
Ahora imagine que uno de ellos, acapara lo que usted a comprado para la familia, empieza a guardar bajo llave cosas, acumula en su habitación objetos que no comparte y además, le hace sentir a todos que tiene poder para hacerlo.
¿Le parecería triste? ¿Se preocuparía? ¿Pondría reglas para evitar que su hijo piense que puede acaparar lo que es común a todos?
Imagino que lo haría. Todos lo haríamos porque nos asustaría mucho que entre nuestros hijos no exista solidaridad o cooperación como manifestaciones propias del cariño fraterno.
Para resignificar la propiedad, quizá debemos empezar por reconocer que esta vida y todo lo que hay en este planeta es un regalo de Dios. De ese modo será posible comprender que el agua no es un recurso, sino la fuente de vida; que los bosques no son recursos para ser explotados por dinero, sino recursos para ser cuidados porque nos dan oxígeno. Que los páramos, los glaciares, las montañas, el suelo no son objetos de acumulación, son la fuente de la vida de todos y para todos, incluyendo al mundo animal y vegetal.
Si las leyes y la práctica no se alinean con esos postulados, es muy complicado repensar la propiedad. Lo cual no quiere decir que hay que negar la propiedad. Lo único que quiere decir es que, todo lo que poseemos debe estar orientado a la vida propia y de los demás, no a una pretensión egocéntrica y menos aún, a un daño irreversible de los regalos de Dios.
Y es que la propiedad es una manifestación de la libertad humana. Y si la libertad se concibe como el derecho a disponer de algo siempre y cuando se respete la libertad de los demás, la propiedad no puede vulnerar la vida misma.
El mundo existe para todos, porque todos los seres humanos nacemos en esta tierra con la misma dignidad. El Papa Juan Pablo II lo sintetiza de una manera muy sólida «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno».
PADRES Y MADRES EN ACCIÓN
El pasado sábado 10 de febrero tuvimos nuestro encuentro, como todos los meses, en la sede de la misión en Zürich, para tratar el tema de la “gestión de emociones” tanto en nuestros hijos como en cada uno de nosotros.
Compartimos anécdotas, inquietudes y dudas entre todo el grupo, afirmándonos en la noción de que la fe es una fuente de comprensión que ayuda a gestionar las emociones desde el amor y el valor de la paz y la convivencia familiar.
Llegamos a algunas conclusiones:
Las emociones no deben ser asumidas como positivas o negativas, pues son expresiones humanas que Dios nos ha dado a todos con funciones específicas, como, por ejemplo, el miedo nos ayuda a protegernos, la tristeza a desahogarnos, el enojo a identificar nuestras frustraciones, etc.
No necesitamos eliminar ninguna emoción, solamente saber cómo gestionarlas de la manera más constructiva posible.
Las emociones no son sentimientos. Las emociones duran muy poco, mientras que los sentimientos son elaboraciones más profundas entre emociones, pensamientos, acciones e incluso provienen de nuestra dimensión espiritual, como el amor, la bondad, la compasión, etc.
Tenemos que gestionar nuestras propias emociones ante nuestros hijos, pues no podemos exigir de ellos algo que no podemos hacer nosotros mismos. Modelar la gestión de emociones es la mejor fuente de aprendizaje para nuestros hijos.
Podemos ayudarles también, desde ciertas claves como:
Permitirles frustrarse y ayudarles a que se abran a nuevas ideas y posibilidades y no se aferren a algo específico.
Propiciar que pongan un nombre a las emociones: “estoy enfadado porque no he podido hacer lo que deseaba”, “estoy contento porque mañana salimos de viaje”, “tengo miedo de la oscuridad porque me siento solo.”, etc.
Apoyar a que se gestione la rabia sin que escale a un comportamiento agresivo, enseñándoles por ejemplo a respirar, a tomarse un tiempo antes de hablar o actuar, a cuidar de sus palabras, etc.
Las personas no necesariamente expresamos con total claridad las emociones. Muchas veces, expresamos con más facilidad alguna de ellas y camuflamos otras. Por ejemplo, hay personas que no pueden expresar con facilidad el miedo y lo
disfrazan de enojo o rabia. Por esta razón, es mejor preguntar ¿qué sientes? que suponerlo o darlo por hecho.
Preguntar también es fuente de generar empatía emocional, por ejemplo: ¿Cómo crees que se siente papá cuando gritas? ¿Por qué crees que está llorando tu hermana pequeña? ¿Crees que mamá está con miedo?»
Por último, advertimos lo importante que es la comunicación abierta en la familia, de modo que podamos expresarnos y razonar las emociones con responsabilidad y, sobre todo, con amor y afecto.
Nos volveremos a encontrar el sábado, 13 de abril. Los invitamos. Iniciamos a las 17h00. Si acuden con sus hijos, deben registrarse previamente.