GLOBALIZACIÓN Y PROGRESO SIN UN RUMBO COMÚN
Hablar de fraternidad en tiempos de guerra y estrategias de poder, parece casi una utopía. Sin embargo, no lo es. Los cristianos no podemos sumergirnos en esa pasividad desconsolada que desemboca en una especie de resignación. Aunque el planeta esté lleno de amenazas y violencia esto no quiere decir que el amor no siga siendo lo que ES y, aunque la fraternidad sea ultrajada, aún brilla con la fuerza de la compasión.
El amor de Dios sigue floreciendo en la naturaleza y en el corazón humano a pesar de esta globalización y progreso sin rumbo común. Y es que no se trata de preguntar ¿por qué Dios permite este sufrimiento? sino más bien, interpelar cuáles son “las vigas en el ojo humano” que no nos dejan reconocer y vivir en su bondad.
El papa Francisco en su Encíclica “Fratelli Tutti” nos dice “En el mundo actual (…) vemos cómo impera una indiferencia cómoda, fría y globalizada, hija de una profunda desilusión que se esconde detrás del engaño de una ilusión: creer que podemos ser todopoderosos y olvidar que estamos todos en la misma barca. Este desengaño que deja atrás los grandes valores fraternos lleva «a una especie de cinismo.”
¿No es la guerra la manifestación más cruda de ese cinismo? Pero ¿cómo hemos llegado a ello? Creo que el Papa lo señala con mucha precisión: la ilusión de creernos todopoderosos.
En el fondo, un egocentrismo que raya en la patología e impide la trascendencia; es decir, permitirnos ir más allá del ego y derribar el castillo de naipes que ha surgido por la confusión humana de ver a la persona como un objeto y tratarse como tal.
La piedra fundacional de la soberbia que piensa que hasta el ser humano es un “objeto”. Nuestro progreso material y el desarrollo tecnológico nos han creado la ilusión de que todo es un “objeto” y que manipulando ese objeto lo mejoramos. Creemos que esto es “muy inteligente”; pero, hemos aplicado una inteligencia deshumanizada nos convierte al mismo tiempo en verdugos y víctimas. La tecnología de la guerra es impresionante. Su lenguaje es perverso. Se habla de precisión en los ataques, de objetivos, de protección a la paz, de compra de armas para persuasión, etc.
¿No es acaso esto una ceguera propia del orgullo humano? Sin duda, nos hemos auto desterrado del paraíso por pura vanidad y soberbia.
Pero esta soberbia no solamente es propia de los líderes, gobernantes o personas que están en el poder. Esta soberbia está en medio de la sociedad, se pasea a sus anchas en las escuelas, en las comunidades e incluso en las familias. Se manifiesta cuando alguien menosprecia a otro, desvaloriza lo diverso de las culturas, razas o condiciones socio económicas; cuando anula la libertad del otro; cuando se impone los intereses particulares o cuando se abusa de los vulnerables.
Y es que la guerra no es sino la proyección del conflicto interno del ser humano. Al fin y al cabo, es el ser humano su autor. Proviene del deseo del poder, del miedo a no pertenecer a la jerarquía más alta, del placer de saberse superior o mejor que otros. Incluso proviene de la lucha interna entre nuestra vulnerabilidad y la fantasía de controlarla. Esa pelea interna que muchas veces es tan encarnizada como la guerra y que se propaga en la pareja e incluso con los hijos como bombas de rabia, municiones de insultos, balas de indiferencia, etc.
Muchas pasiones desordenadas y patologías nacen de este “sentirnos super inteligentes” “superiores” y hasta “espiritualmente logrados”. Incluso la pseudo bondad pasa por el ego. La pseudo humildad de quienes se auto proclaman santos o elegidos.
El narcisismo no solamente ocurre en lo mental, emocional o social, también ocurre en la religiosidad vanidosa de los “iluminados”.
Reflexionemos serenamente sobre esta guerra y la violencia que se desata en el mundo, sin miedo y sin evadir nuestra propia responsabilidad. Si ahora mismo nos conmueve ver cuántas vidas inocentes se pierden en Kiev, Mariúpol o Járkiv, también miremos con el mismo horror lo que hacemos en casa cuando nos imponemos, gritamos, descalificamos y somos parte del conflicto en vez de la paz.
No es una comparación, solo una mirada aplicada en varias escalas.
Si la ilusión del progreso material nos enceguece, dejemos de mirar hacia afuera y confiemos en que en nuestra interioridad yace la verdadera paz. Quizá podamos encontrar esa viga que todos necesitamos retirar de nuestro ojo.