Ya hemos comentado que en la Encíclica del papa Francisco “Fratelli Tutti” el eje sobre el cual se reflexiona es la parábola del buen samaritano.
Jesús no está relatando esa parábola sin intención. Él no es un simple contador de cuentos. Claramente tiene un objetivo y lo hace desde su confianza en que podemos ir más allá de las palabras y dejar que sus historias nos toquen el corazón y nos cuestionen de forma directa. Sus parábolas guardan esa belleza y por ello, nunca dejan de ser actuales y siempre poseen esa fuerza del llamado. Los misterios de la vida siguen siendo los mismos desde aquel tiempo en el que Jesús relató esta parábola y sus personajes no han cambiado. En el camino de la existencia humana, vamos todos en el mismo sendero y nos podemos encontrar en cualquier momento con todos estos personajes y también ser uno de ellos.
Jesús espera que lo podamos indagar. Nunca olvidemos que leer no es lo mismo que comprender. De nada sirve sabernos de memoria una parábola si no la hemos dejado atravesar nuestro corazón y transformar nuestra existencia.
Para ello, reflexionemos sobre dos de los personajes de esta parábola.
Los salteadores. – Qué es un salteador? Es una persona que en caminos y en lugares despoblados asalta y roba. Se oculta y aprovecha la situación para desvalijar a otros. Su intención es sacar utilidad sin pensar en esos “otros” volviéndolos “objetos” y, por tanto, deshumanizándolos. La brújula del comportamiento de un salteador es “hago lo que yo quiero y lo que me interesa y no me importa a quién y cuánto dañe”. La historia de la humanidad está repleta de salteadores. Personas que han cosificado al ser humano y lo han convertido en una cosa de uso y desuso. Políticos, líderes, grupos de poder, empresas y un sinnúmero de personas actúan como salteadores. Hurtan y roban no solo pertenencias sino también prestigio, honra y hasta la dignidad de muchas personas. En el mundo actual, somos testigos de robos descarados como parte de una institucionalización violenta (gestiones de la banca y del sistema financiero y comercial) y de todo tipo de malversaciones y corrupción. Millones de personas en el mundo son salteadas en sus derechos humanos más básicos bajo la penumbra de un mundo que evade leyes, normas y principios éticos. Así mismo somos testigos de una cultura que roba, hurta y violenta la dignidad de miles de personas por medio de la desvalorización, la descalificación y la ridiculización. Las noticias, las redes sociales pueden en un minuto, desfigurar a cualquier persona, salteando su vida sin límite alguno.
Debemos preguntarnos: ¿Actuamos como los salteadores? ¿tomamos de las personas lo que nos interesa desechándolas? ¿desvalijamos a la persona de su dignidad? ¿somos cómplices de la normalización de la violencia comercial? ¿aprovechamos la penumbra (nos ocultamos) para despojar a los demás de algo? Pensémoslo valientemente y recordando que: «Porque todo el que hace lo malo odia la Luz, y no viene a la Luz para que sus acciones no sean expuestas” Jn. 3-20.
La persona herida. – En la vida humana el sufrimiento es inevitable, siempre hay situaciones que nos hieren. Muchas veces, caemos en el camino, dolidos, tristes y casi sin fuerzas. Las heridas a veces son visibles y otras veces, las guardamos en lo más profundo de nuestra existencia. ¿Cómo se siente estar herido? ¿qué necesitamos cuando estamos así?
También hay que pensar que estamos rodeados de miles de heridas grotescas. Las imágenes de niños desnutridos, de personas casi cadavéricas por hambrunas y sequías; mendigos en las calles, discapacitados que se exponen para pedir limosna en los parques; personas sin hogar que duermen sobre cartones, niños sin familia que ocupan alcantarillas en las grandes ciudades; drogadictos que caminan como zombies en las avenidas. Y todos esos heridos por la violencia, por la guerra, por el maltrato familiar, el racismo o los fundamentalismos.
¿Somos capaces de verlos? ¿Somos capaces de detenernos ante ellos o los evitamos para nuestra comodidad? ¿Nos importan las heridas de los demás tanto como nos importan las nuestras? ¿defendemos nuestras heridas internas tanto cuanto respetamos las heridas de los demás? ¿nos aprovechamos de las heridas de los demás para conseguir lo que queremos?
Reflexionemos sobre ello y recordemos lo que nos dice Juan en 1, Jn 4-20. “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto.”