Local y universal

Publicado revista MCLE Zürich

En el apartado 142 y siguiendo el orden que propone la Encíclica Fratelli Tutti, el papa Francisco nos conmina a repensar la tensión que existe entre lo local y lo universal, entre la globalización y la situación de un sitio en particular.

Partamos primero por conocer lo que ambos términos significan.

La palabra “localización”proviene del latín «localis», que significa «perteneciente a un lugar» o «relativo a un lugar». El término «localización» con el sufijo añadido de «-ción», se utiliza para sustantivar e indicar acción o efecto. Es por esta razón que «localización» refiere un proceso en relación con un lugar específico, es decir nos ubica en lo próximo, en aquel espacio en el que nos movemos, actuamos, vivimos, etc.

En contraste, lo universal proviene del latín «universalis», que significa «perteneciente a todo» o «general». También alude a totalidad y la inclusión de todo en un solo conjunto. Justamente dentro de este término se puede abordar también la comprensión del término «globalización» al que estamos tan acostumbrados en el día de hoy desde su popularización en el siglo XX como el proceso de hacer que algo sea global o que alcance dimensiones globales ya sea desde la interconexión económica, financiera, social o cultural.

Ambos términos son parte de la totalidad porque actúan impactándose de modo recíproco.

Por ejemplo, las acciones llevadas a cabo en la guerra entre Ucrania y Rusia, además de herir a familias enteras y de propiciar muchísimo dolor local ha impactado de forma significativa a todo el continente africano llevando a todas sus naciones a un riesgo inminente de hambruna. Según informes de la PNUD (Programa de las Naciones unidas para el desarrollo) la enorme dependencia de los países africanos a las importaciones de Rusia y Ucrania y su cualidad particularmente agrícola ha propiciado una enorme crisis que aumenta los precios de los alimentos, provoca escasez de fertilizantes y golpea a la estabilidad económica y financiera de toda la región.

Si lo llevamos al plano más cotidiano, las acciones de quienes han propiciado esta guerra han resonado tanto en su territorio como en otras partes del mundo. Si lo vemos aún más particularmente, han colocado en la misma situación tanto a la madre que llora a su hijo que a partido a luchar en la guerra como a la madre que, en una aldea africana, llora a su hijo por exponerlo al hambre y a la malnutrición.

Quizá ambas madres no pensaron nunca que estarían relacionadas, pero el hecho es que las acciones de unos vinculan a otros de un modo directo.

Otro ejemplo claro de esta interdependencia es nuestro uso y abuso de los equipos electrónicos que cuando se convierten en deshechos van a parar al vertedero de Agbogbloshie, un barrio de la ciudad Acra en Ghana, cuya contaminación por chatarra electrónica pone en riesgo a otras poblaciones porque está atravesado por las aguas de un río.

Quizá una de las mayores cegueras humanas es justamente no mirar esta interdependencia absoluta y evadirla constantemente con autoengaños como – si está lejos no me impactará – ;- esas cosas aquí no pasan-; – eso ocurre a otros-; lo que me atañe es lo mío y lo de mi familia-; -lo que me debe importar es el lugar en donde vivo y lo otro no es mi asunto- etc.

Es una paradoja que estando en medio de una cultura que apunta a la globalización, aún nos cueste mirar la vida de forma universal y pensarla desde la totalidad.

Ya hemos repetido muchas veces que la fraternidad no es local, es universal. Es decir, nos atañe a todos porque todos somos huéspedes de este planeta. Máxime para nosotros que somos monoteístas, es decir que creemos en un solo Dios, en un solo Padre que acoge a todos sus hijos y hace llover sobre justos e injustos.

Quizá no lo queremos ver porque nos cuesta asumir la corresponsabilidad, pero todos y cada uno de nosotros somos parte activa de aquello que impacta globalmente.

Si todos tomamos conciencia de esto, con seguridad la fraternidad no sería una especie de esperanza ilusoria. Imagínelo. Si cada persona en este mundo fuese consciente de que una acción suya puede desencadenar una infinidad de efectos ¿no sería más responsable con lo que hace?

No perdamos de vista lo local pues allí está nuestra primera responsabilidad, pero no nos autoengañemos de que nuestras acciones no repercuten en lo global. Hagamos nuestra parte desde lo cotidiano, desde lo cercano, desde nuestras localidades con la conciencia de que nuestros hermanos en el otro lado del planeta, aunque los miremos como lejanos, están afectados por nuestro comportamiento o actitud.

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