El capítulo primero de la Encíclica Fratelli Tutti lleva por título “Las sombras de un mundo cerrado”. Sin duda, un acierto del papa Francisco que, con este texto, nos introduce al paisaje de un mundo y una cultura excluyente, cuyos fundamentos hacen tambalear la idea de la fraternidad. El Papa nos sitúa en el contexto global en donde vamos poco a poco normalizando la idea de las fronteras cerradas, de los muros, de las puertas con candado. Evidentemente reflejando un mundo de desconfianza y división.
Si analizamos esta situación, nos damos cuenta de que vivimos en una cultura basada en la “lucha” constante. Una especie de darwinismo social, en donde el más fuerte (por dinero, prestigio, conocimiento, nacionalidad, raza, estatus, etc.) cierra las puertas a los demás y los sitúa en una especie de “otra categoría”.
De hecho, la economía mundial es un claro ejemplo de esta situación. Son unos pocos los que detentan la mayor parte de la riqueza del mundo y para asegurársela han levantado muros de todo tipo. No me refiero solamente a los muros de ladrillo sino a los más ingeniosos, si a eso se lo puede llamar ingenio: leyes internacionales que protegen a las élites; normas locales que facilitan el flujo entre dinero y política; prácticas financieras, empresariales y comerciales que sostienen y cuidan intereses particulares, etc.
Se puede imaginar que esas élites son cerradas ¿verdad? Para acceder a los “beneficios” que ocultan detrás de todos esos muros, se necesita profesar sus valores, practicar una filosofía exclusivista y sostener una filosofía basada en: “No somos iguales a los demás, somos mejores que los demás”. Ese es el eslogan del poder. La idea que sostiene y ha sostenido todo tipo de violencia, desde la idea de una supremacía económica, política hasta la más absurda idea de que existen razas superiores e inferiores.
Millones de personas viven presas del deseo de entrar en esos muros para ser “mejores que otros”. ¿Ha pensado con detenimiento qué significa esto?
Piénselo con detenimiento y verá que es una de las bases de nuestra cultura. Una cultura basada en la división entre “mejores y peores” que crea a su paso toda clase de pensamientos de codicia, de inseguridad, de ambición, de odio, de resentimiento, de padecimiento de inferioridad y padecimiento de superioridad.
Quizá usted piensa que esta mentalidad es inofensiva. De hecho, muchas personas me han comentado que ser parte de “los mejores” no tiene nada de malo. Y claro que no tiene nada de malo aspirar a algo mejor, trabajar por un talento, construir un valor personal o esforzarse por llegar a tener algo mejor. Pero ¡ojo! Observe lo distinto que es decir “trabajo para tener algo mejor o me esfuerzo para hacer algo mejor y “soy mejor”.
Los seres humanos en el ámbito del “ser” no podemos estar en la escala de mejores y peores porque compartimos la misma dignidad, porque estamos acogidos por el Creador y por su creación, porque por sí mismo, el ser humano, ya tiene la valoración más grande posible: ser hijo de Dios.
En el ámbito del “ser” todos somos hermanos y semejantes. Por ello, la mentalidad de querer “ser mejores que otros” puede llegar a ser una trampa muy sutil que lleva a un sinnúmero de esfuerzos por “querer conservar a toda costa ese estatus”. Es decir, a una actitud cerrada ante los demás. Levantando una especie de muros internos en los cuales las personas se agazapan y defienden sus “logros”.
Si repasa la historia, esta trampa de “los mejores” ha imposibilitado totalmente que nos demos cuenta de nuestra fraternidad. No solo que ha provocado que haya división, sino que ha creado un mundo en donde unos ganan y deciden y otros pierden y son sometidos. Una trampa que no está lejos de la eugenesia, es decir de la idea de una reproducción humana selectiva bajo nociones de “superioridad», justamente la base sutil del actual transhumanismo.
Tremendamente diferente a lo que nos plantea la fraternidad, pues en ese contexto nadie es superior ni inferior, todos somos hijos del mismo Padre; diversos, pero semejantes. Desde esa diversidad, el talento, la capacidad, el tener más o hacer algo mejor, se entiende desde el paradigma de la cooperación.
¿Avanza a ver la diferencia entre “sentirse agradecido por tener o poseer una habilidad y ponerla al servicio de los demás” y “sentirse diferente de los demás porque usted es mejor que ellos”?
Revisemos esta mentalidad y, como dice el Papa Francisco, no seamos parte de las sombras de un mundo cerrado.