La psicoterapia de pareja: una experiencia del misterio del amor
Sin duda una de las dificultades de nuestro tiempo, es que experiencias trascendentes como el amor, la gratitud, el perdón, la bondad, la entrega y otras de esta valía, hayan sido asumidas dentro del pensamiento científico como hechos plausibles de comprobación, verificación y cuantificación, sin la alerta del peligro que sus generalizaciones pueden significar en el imaginario cultural.
Es evidente y aceptable que las ciencias parcelen su conocimiento y atomicen sus objetos de estudio con descripciones fragmentadas. Sin embargo, no es tan aceptable, si lo reflexionamos con detenimiento, que puedan generalizar sus descubrimientos y presentarlos como verdades o indicios de absolutos. Menos aun cuando estas generalizaciones se presentan antagónicas e irreconciliables con la vivencia de lo incuantificable.
Es verdad que el ser humano busca controlar todo por medio del conocimiento, quizás el miedo a la impotencia, inherente a esta sociedad de consumo e individualista, sea la razón fundamental de la ansiedad colectiva de probarnos capaces de comprenderlo todo. Pero también es verdad, que existe una agitación íntima de rebeldía, ante esa urgencia de explicar lo inexplicable pero existente y una oposición natural a ser reducidos a meros fenómenos. A eso llamo la voluntad ignorada del amor.
Desde que la Ciencia se antojó, por sus descubrimientos y alcances, como el diccionario válido del mundo y del hombre, ésta nos ha colocado ante un agnosticismo y un materialismo reductivo. En este contexto, no es de sorprenderse que el nihilismo recorra esta sociedad como un fantasma inquietante, produciendo impotencia, ansiedad, miedo, angustia y agotamiento. Escenario al cual, sin duda, los terapeutas acudimos en primera fila.
En este escenario, el amor de pareja, ha sido uno de esos temas que han atraído un sin número de estudios en las últimas décadas. La antropología; la sociología; la neuropsicología, la psicología social y evolutiva entre otras, han realizado muchos esfuerzos por tratar de presentar al mundo de las evidencias, un rastro del amor humano.
Digo rastro, porque eso es lo que han dejado, un pàlido acercamiento a la experiencia misma, pues agotadas todas las variables verificables y cuantificables, el amor se yergue sólido y misterioso como el mismo misterio de su origen: la persona humana. Persona que dotada de libertad, elige y se elige, transparentando una voluntad férrea de mantenerse libre de cualquier reduccionismo.
En consulta, esta voluntad es una evidencia viva que brota de la misma experiencia de la terapia, que por sí misma se agota en la pura mostración, escapándose de la necesidad de demostración.
Los terapeutas de pareja nos hallamos ante la evidencia misma de que el amor evade cualquier intento de generalización o reduccionismo, pues la unicidad, la singularidad, la alteridad y la multidimensionalidad de la persona humana, se manifiestan de modo elocuente y diáfano.
Y no me refiero únicamente a la experiencia que tenemos los terapeutas de pareja al asombrarnos ante el despliegue del amor en la pareja; sino también, a ese amor que nos atrae a nosotros mismos como terapeutas. Ese valor imponderable que nos permite estar abiertos a ese “tù”, a ese “homo patiens”, a esa llamada a la que acudimos con càlido afecto, con autenticidad, con empatìa, con entereza y que llamamos relación de ayuda.
Es esta atracción una tentación que tenemos que vencer para ser “objetivos” o es un llamado de entrega consciente de los terapeutas?….de esa respuesta tendremos que ocuparnos sin pereza intelectual o emocional.
Pues de esa respuesta, deberemos asumir nuestra postura ante la persona humana y ante su experiencia de amar. Será la mirada del terapeuta, la que acuciosa, ofrezca esa postura a la pareja o al consultante desde el arte y la técnica de nuestra terapia y, por tanto, será nuestra responsabilidad, compréndase bien, nuestra responsabilidad.
Varias preguntas surgen entonces como posibles matices a ese arte y técnica, propios de la terapia.
¿Es el amor una manifestación de nuestra màquina de reproducción? ¿Es una manifestación de nuestra necesidad de sobrevivir como especie? ¿Es un epifenómeno, una representación cultural de un apego primitivo? ¿Es una excusa para vivir placer y poder? ¿Es un campo minado de intereses subjetivos utilitarios? ¿Es un mapa primario diseñado en nuestra mente?
¿Acaso esas experiencias de amor que en el consultorio se develan, son únicamente revelaciones de ese animal evolucionado, que intenta perpetuarse bajo los efectos de un estado neurológico exacerbado de químicos y fluidos corporales?
Creo que la respuesta merece cierta reflexión y en este hilo de preguntas, creo que la experiencia en la terapia, nos invita a multiplicar dichas preguntas y a buscar nuevas respuestas.
Necesitamos responder o el silencio será un crudo cómplice de la muerte del amor. Parafraseando a Nietszche, diremos – ¿A dònde ha ido el amor? – ¡yo os lo voy a decir! ¡Nosotros lo hemos matado – vosotros y yo!