La mejor política.

Publicado revista MCLE Zürich

Iniciamos con el capítulo quinto de la Encíclica Fratelli Tutti. Su título resulta muy llamativo, sobre todo porque aborda uno de los temas sociales de mayor complejidad y que, en nuestro tiempo, representa una de las prácticas más denostadas y desvirtuadas de los últimos siglos.

Pero, la política no siempre fue una práctica que generó dudas o suspicacia. En su origen, en la Grecia clásica el accionar político era parte de la vida cotidiana de las ciudades estado o “polis” y se relacionaba con el debate público alrededor del bien común, del arte de gobernar y de las virtudes propias de los gobernantes. Filósofos como Platón y Aristóteles retratan muy bien este significado, subrayando la importancia de evitar que los gobernantes sucumban ante el ejercicio del poder y los ciudadanos ante la apatía de participar activamente en la política.

Lamentablemente, hay que reconocer que la política fue degenerándose y perdiéndose en el tablero de los intereses económicos y de la lucha por el poder.  Durante la Edad Media incluso se vinculó a la autoridad monárquica y ya en la modernidad, hasta se la relacionó con dictaduras, mafias políticas, organizaciones títeres y hasta con la desinstitucionalización de los Estados.

En la actualidad, la política y los políticos se han convertido en el rostro de la lógica del poder y de la lucha entre intereses sectoriales, ideológicos, partidistas, financieros, geográficos y económicos. El bien común solamente aparece como un discurso viejo y maltrecho entre esas prácticas.

En este contexto, hablar de “la mejor política” implica un enorme reto. Sin duda, este reto debe iniciar con un replanteamiento integral de conceptos, nociones y creencias alrededor de la política y los políticos. Una transformación radical de mentalidad que integre un nuevo paradigma, una nueva comprensión de lo que implica el liderazgo social y una regenerada noción de la participación de todos los ciudadanos en los destinos de sus territorios. Al respecto, en la encíclica que estamos analizando se colocan algunas claves en esta dirección: el ejercicio de la caridad, del amor social, de la mística de la fraternidad y de la política del amor.

Algo semejante a lo que Jesús llamó el “Reino de Dios” y que los primeros cristianos practicaron por medio de la comunidad de bienes, del cuidado mutuo y del respeto por los más vulnerables. Evidentemente que hablar de amor social o de política centrada en la caridad, en nuestro tiempo, parece más una utopía que algo posible, pero si hay algo que caracteriza al pensamiento cristiano en nuestra época es justamente su capacidad de alentar al ser humano a ir contra corriente y confiar plenamente en que la sociedad puede tomar un rumbo distinto.

Evidentemente que no bastan las buenas intenciones, pero puede bastar con la motivación y la luz que surge de personas que van contra corriente y crean espacios políticos de gobernanza ética, ecológica y en respeto total de la dignidad de las personas. Seres humanos que el papa llama “poetas sociales” y cuyo accionar revive la idea de una política centrada en el bien común.

Es verdad que sentimos cierta desesperanza ante la política mundial y las luchas políticas en nuestras naciones, pero esto no debe desviarnos en nuestra confianza de que podemos construir una nueva realidad. ¿Cuánto tendremos que esperar para que esto suceda? Quizá allí este la mayor de las trampas mentales del ser humano, pues la desesperanza y la delegación resignada de nuestro destino en manos de personas indignas de gobernar es un tema que debemos afrontar. Quizá la política se ha convertido en esa caricatura perversa justamente porque la mayoría de las personas lo hemos permitido. Si queremos que algo cambie, debemos empezar por cambiarlo nosotros.  ¿En dónde? En nuestros espacios, en una participación comprometida con nuestra comunidad, en un comportamiento proactivo ante las realidades próximas, en una actitud empática y solidaria que hable de bien común.  Lo nuevo requiere de una nueva mentalidad, de un nuevo comportamiento, de una nueva actitud. Si queremos construir el Reino de Dios en la tierra, debemos asumir que somos sus constructores y que no hay justificación para eludir esa responsabilidad.

 

 

desfigurada no implica que el accionar político no pueda regresar a su  ni debe quedar atrapada en los errores del ser humano, aún puede ser el arte de dirigiri nos atenemos a lo que señala el papa Francisco, parece que estaría hablando de una utopía, de un mundo imposible, de un panorama irrealizable. Pero, quizá justamente, ese sea el problema central que todos tenemos. Creer que el mundo ya no tiene salida y que el ser humano carece de la creatividad necesaria para salir del embrollo en el que se ha metido. Quizá, la “mejor política” sea la revisión realista de cuánta desesperanza guardamos en el corazón y de cuánta valentía poseemos para iniciar, en nuestros espacios, ese amor social y político, que nos conviertan, conforme llama el papa Francisco en “poetas sociales”, que trabajan, proponen, promueven y liberan a los demás de la pesada desesperanza.

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