¿En qué términos valoramos el fracaso o el éxito de la experiencia migratoria?
Con seguridad, la mayoría de migrantes se han cuestionado en algún momento de su vida, si dejar su país y empezar una nueva vida en otro resultó lo mejor o fue un error.
Muchas personas a las que he formulado esta pregunta, me han respondido poniendo énfasis te en el tema económico y laboral. Sostienen, incluso, que buena integración en el país de acogida, se mide desde esa óptica.
No quiero decir con esto que las personas reduzcan su vivencia a este aspecto, pero sí que tiene un gran peso.
En este artículo trataremos este aspecto y con el objetivo de reflexionar sobre la lógica de la noción de “éxito” aplicada a la migración.
Imagino que no es difícil para el lector entender la sensación de fracaso que tiene una persona que ha dejado su familia, país y cultura por un sueño de prosperidad y que, con el tiempo, advierte que no lo ha conseguido.
Esta sensación recorre a todos por igual, desde los migrantes calificados que engrosan la “fuga de cerebros”, pasando por los expatriados corporativos, hasta las personas indocumentadas que recorren diversos países buscando mejores ofertas de trabajo.
Evidentemente, el sentimiento de éxito o fracaso dependerán de cuanto mayor sea la distancia entre las expectativas y la realidad. En otras palabras, mientras más altas sean las proyecciones económicas antes migrar, mayor es la posibilidad de experimentar frustración y decepción.
Hay que decir que muchos migrantes salen de sus países motivados no solo por sus propios deseos, sino también exigidos por su situación familiar y la precariedad de su vida en sus países de origen.
Es necesario aclarar este punto, pues es común que los análisis sobre migración no asuman la importancia de sopesar además del deseo de prosperidad, la condición de indefensión y vulnerabilidad socioeconómica en que viven muchas de las personas que buscan salir de sus países.
Esta forma de ver al migrante está incluso consagrada en la definición usada por Organización Mundial para las Migraciones: “Migrante es la persona que toma la decisión de migrar libremente por razones de conveniencia personal y sin intervención de factores externos que le obliguen a ello”. Así, este término se aplica a las personas y a sus familiares que van a otro país o región con miras a mejorar sus condiciones sociales y materiales y sus perspectivas y las de sus familias.
Si observamos con detenimiento, esta definición recoge dos ideas que merecen ser reflexionadas profundamente.
Por un lado, el discurso que subraya en la migración el tema de libertad y conveniencia personal, derivando con ello a la conclusión de que el éxito o fracaso de la vivencia migratoria es de exclusiva responsabilidad del migrante y no de factores externos.
Y, por el otro lado, la evidencia que ofrece la misma definición sobre la migración como un efecto directo de la desigualdad y que determina que existan “peores” y “mejores” condiciones de vida en este hogar común.
Vale la pena preguntarnos: ¿en condiciones de desigualdad y de pobreza extrema, podemos hablar de libertad y conveniencia personal sin factores externos que lo determinen?
Esta sola interrogante nos permite repensar a la migración y, con ello, revisar nuestra propia percepción de éxito o fracaso de la migración.
Hay que decir que existe un paralelismo entre la sensación de fracaso de un migrante y la de fracaso de la mentalidad que sostiene el sistema económico mundial. En especial en dos componentes: el miedo que esparce y la necesidad de ocultarlo.
He conocido a muchas personas que prefieren ocultar a sus familias, amigos y comunidad cercana, que sus planes no marchan conforme sus expectativas. De hecho, hay más de un migrante que ha maquillado su situación económica para que nadie sepa de su precariedad en los países de destino. Incluso he escuchado historias de personas que han pedido préstamos con tal de mantener en sus países de origen una apariencia de éxito.
¿Para qué lo hacen? Sin querer generalizar, solo subrayaré una de las razones que con frecuencia encontramos en el acompañamiento psicológico en estos casos: evadir el miedo de no confirmar su ideal y ofrecer resistencia a esa frustración. Como es lógico, de esta resistencia solamente puede brotar un desasosiego general y hasta un sentimiento de derrota social.
¿Acaso no es lo mismo que ocurre a nivel global? Es decir, así como una persona sufre por no lograr sus expectativas de éxito, no sufre todo el mundo por lo mismo. ¿Acaso esa promesa de bienestar de una sociedad industrializada y super tecnológica ha cumplido las expectativas de una humanidad que puso sus ilusiones en aquello?
Acaso no es necesario en ambos casos, repensar el paradigma que recorre la palabra “éxito”. ¿No será que el énfasis económico y de acumulación de riqueza habla justamente del fracaso de los argumentos que sustentan la noción actual de éxito?
¿No será mejor partir de los hechos y, desde allí, tomar las acciones necesarias sin maquillar ningún fracaso?
Las cifras sobre la situación actual nos hablan con claridad sobre los hechos que propagan en el mundo ese sentimiento de derrota social. La desigualdad en el planeta es de tal magnitud que incluso necesita maquillarse tras teorías y políticas que hablan de equidad, justicia y paz, pero que a la par, sostienen la mentalidad que provoca esa misma desigualdad.
Con la globalización y los medios de comunicación, es imposible estar ajenos al imperio ideológico que se transmite y que propaga la ambición egocéntrica como la fortaleza de una competitividad supuestamente redistributiva.
Piense en términos individuales y se dará cuenta que es muy complicado insistir a una persona que se quede en su país de origen, cuando sus condiciones de vida más básicas están en continua amenaza mientras conoce que los salarios mensuales de un europeo duplican lo que en su país es un sueldo anual.
Cómo puede pedir a una persona que vive en extrema pobreza que comprenda su libertad en términos de “propia conveniencia” cuando es testigo de cómo sus hijos, pareja y familia se debilitan ante sus propios ojos por hambre, falta de medicinas, educación, violencia de género, delincuencia, etc.
Cómo es posible por un lado promover la globalización del sistema económico neoliberal con su promesa de bienestar y su supuesto éxito y al mismo tiempo, sancionar que las personas busquen acceder a dicha promesa.
Cómo es posible por un lado promover la competencia como fundamento de la libertad humana y cerrar las fronteras a los migrantes o defender la producción globalizada que lo único que hace es sacar provecho de la mano de obra barata en muchos países pobres.
Si vemos los hechos como son, advertimos en seguida la inconsistencia, más aún si ponemos la lupa en la riqueza como fuente de prosperidad para todos. Uno de los principios de la economía neoliberal que propugna que el éxito de unos garantiza la prosperidad de todos.
Veamos si las cifras se alinean a ese discurso.
La fortuna de los milmillonarios aumentó en un 12% en el último año (2018) es decir, 2500 millones de dólares diarios, mientras la riqueza de la mitad más pobre de la población mundial, que equivale a 3800 millones de personas, se redujo en un 11%.
A pesar de que el número de milmillonarios prácticamente se ha duplicado desde el inicio de la crisis económica (entre los años 2017 y 2018 surgía un nuevo milmillonario cada dos días), las élites económicas y las grandes empresas tributan a las tasas impositivas más bajos de las últimas décadas.
Al respecto, se conoce que si el 1% más rico pagase solo un 0,5% más de impuestos sobre su riqueza, podría recaudarse más dinero del necesario para escolarizar a los 262 millones de niñas y niños que actualmente no tienen acceso a la educación, y proporcionar asistencia médica que podría salvar la vida de 3,3 millones de personas.
Con base en estos datos, no parece que la riqueza o el éxito económico garantice nada. Al igual que muchas personas que prefieren ocultar su sentimiento de fracaso, es evidente que muchos gobiernos y organizaciones mundiales financieras también insisten en no ver el fracaso de una mentalidad individualista y competitiva.
Ocultar los hechos, sin duda, no cambia nada la realidad.
Si el lector lo reflexiona con meticulosidad, podrá observar también la tremenda falacia ética de un discurso de libertad y derechos que cierra fronteras a las personas, pero defiende la libre circulación de capitales, ciencia, tecnología, etc.
¿Cómo salir de este embrollo?
Creo que la sola observación de la falsedad que rodea a la palabra éxito en nuestra sociedad contemporánea basta para comprender el meollo del asunto.
Con ello no quiero negar que el aspecto económico no sea importante, tan solo quiero subrayar que la migración no puede ser abordada desde una visión reduccionista.
Ni las personas migrantes, ni las entidades que trabajamos en aspectos de integración debemos poner el énfasis en el aspecto económico porque sin duda alguna, fallaremos en todo intento de apoyar la dinámica de la migración.
Que en la actualidad la migración se haya dividido en: migración aceptada y migración criminalizada es efecto directo del fracaso de un sistema económico centrado en el dinero y no en las personas. Que en la actualidad existan migrantes poniendo su vida en peligro por acceder a mejoras en su vida, es efecto directo de ese mismo fracaso.
El éxito económico es una trampa y un veneno que puede intoxicar de expectativas ideales a miles de personas. Desmantelarlo es responsabilidad de cada persona que advierte su toxicidad.
La maleta del fracaso es una maleta pesada de llevar, pero más pesada es la maleta de la negación o de la resignación. Si todos trabajamos en el desmontaje de las falacias que soportan todo el andamiaje ideológico que rodea a la noción actual de éxito, seguro que podremos apoyar a los migrantes en la reelaboración de su experiencia.
Cuando abordamos el sentimiento de fracaso de un migrante, debemos desmantelar la idea madre que sostiene esa percepción y luego, revisar los valores auténticos que existen tras su historia de esfuerzo.
Seguro que detrás de su migración forzada o no forzada, encontraremos ese sentimiento de esperanza, de querer cuidar de los suyos, de ser capaz de sacrificarse por otros, de soñar en un futuro libre y más humano. Lo cual, sin duda, no puede medirse en términos de fracaso porque el hecho de que exista ese deseo y sobreviva en medio de un mundo desorientado de valores, ya es de por sí un éxito.
Ojalá ocurra otro tanto cuando por fin, las naciones dejen de ocultar el fracaso de la mentalidad individualista que sostiene la geopolítica financiera.
Quizá la urgencia de actuar todos juntos en temas de migración sea el síntoma que el mundo necesita para abrir los ojos y mirar la necesidad de volver a repensar el sentido de la palabra éxito.