Las verdades que revela la inteligencia permanecen estériles.
Sólo el corazón es capaz de fecundar los sueños.
Desde los registros más antiguos de la humanidad, los seres humanos hemos buscado conocer y comprender el mundo que nos rodea para actuar sobre él. Nuestra curiosidad combinada con habilidades, intrepidez, motivación y creatividad ha escrito en nuestra biografía compartida miles de descubrimientos e innovaciones que han transformado el mundo y nos han transformado.
Hemos construido cultura y levantado civilizaciones sobre tal ingenio. Desde el uso del fuego, la rueda, la imprenta, la electricidad, etc. pasando por la revolución industrial, tecnológica y digital, hemos sido actores y testigos de nuestro tremendo talento.
Nuestro ingenio se ha movido desde lo inmenso del cosmos hasta lo más pequeño y ha surfeado por las profundidades de nuestra existencia como una pregunta abierta y constante.
Entre paradojas, dilemas, conflictos, incertidumbres, etc. el ingenio humano ha construido paraísos, pero también se ha expulsado de ellos. El bien y el mal; la vida y la muerte; la guerra y la paz; la esclavitud y la libertad son expresiones de la continua tensión sobre la que nuestra inteligencia ha actuado.
Pero ser inteligentes e ingeniosos nos coloca ante la responsabilidad de saberlo y ante la enorme responsabilidad de actuar conforme dicha inteligencia.
En este artículo pretendo reflexionar con el lector sobre la inteligencia humana y su vínculo con el amor desde el Análisis existencial de Viktor Frankl y la Logoterapia. Evidentemente, no pretendo agotar el tema, sino únicamente propiciar en el lector una reflexión y ojalá provocar su propia implicación.
Breve recorrido histórico sobre la inteligencia humana.
Para efectos de este artículo, usaré los términos inteligencia e ingenio como dos expresiones relacionadas.
La palabra ingenio según el diccionario de la RAE, implica la facultad del ser humano para discurrir o inventar con prontitud y facilidad; también alude a la intuición, al entendimiento, a las facultades poéticas, creadoras y relacionadas con el humor.
Si nos remontamos a la antigüedad y, particularmente a los filósofos helénicos, veremos que este término combina mejor con el significado que se otorgaba a la inteligencia. Para entonces la inteligencia y la sabiduría estaban muy ligadas desde el amor a la verdad y la manifestación virtuosa.
Este ingenio estaba relacionado con la psyche, es decir con la manifestación de la vida que movía al ser humano en el mundo. Lo vemos en los poemas homéricos de La Ilíada y La Odisea en donde podemos advertir que esa psyche representaba la energía vital desde la cual el ser humano actuaba.
Es decir, el ingenio humano era una forma de estar en el mundo. Un estar que aplicaba la inteligencia empírica para aportar conocimientos y formas simbólicas que, a su vez, facilitaban el vivir en comunidad. En la Antigüedad, ese estar en el mundo acogía el misterio, la naturaleza y el cosmos como fuentes de conocimiento.
El dicho más conocido de Sócrates de “solo sé que nada sé” nos deja ver con claridad que el ingenio y la inteligencia se concebían más como una actitud que como un cúmulo de saberes o experticia.
Si revisamos el pensamiento de Séneca (4 A.C. – 65) advertiremos que el ingenio humano se percibía en un contexto de saber vivir y saber estar. El logos racional se expresaba en las meditaciones sobre el bien, el buen gobierno, la libertad, la dignidad, la belleza y la muerte. La practicidad de éstas era un elemento sustancial.
En las Epístolas morales a Lucilio, Séneca escribe: “…no cuentan los estudios de toda una vida: solo la muerte es nuestro juez. Las disputas filosóficas, las doctas conversaciones, los preceptos de la sabiduría no demuestran el verdadero temple del alma: hasta los hombres más viles pueden hablar como los héroes.”
Con Aristóteles esto tendrá un giro. El orden de las ideas aparece como fuente formadora de la inteligencia lógica racional. Los diálogos intelectuales y los análisis inductivos cobran importancia.
Más adelante, el ingenio humano estará relacionado con la fuerza vital que procede de la inspiración en conexión con lo divino. En este contexto, San Agustín (354-430), expresó que la mente ya poseía en sí misma un saber sin necesidad del mundo empírico, bastándole al ser humano una introspección intensa para acceder a ese saber. Más adelante, Santo Tomás de Aquino (1225-1274) planteó que la inteligencia era capaz de obtener lo inteligible y lo universal del mundo sensible y que actuaba como “un puente entre la materia y el pensamiento” (Sarton, La inteligencia eficaz,1972)
Hay que decir que esta inteligencia que incluso podríamos decir que contenía cierta cualidad mística fue desvirtuada por el afán de las formulaciones teológicas.
Con el advenimiento del empirismo que excluye la fe del campo de la razón y coloca al mundo físico en el centro del conocimiento, la noción de inteligencia pasa a ser un problema del método científico. Para Herbert Spencer (1820-1903), teórico social inglés, considerado el padre de la filosofía evolucionista, el ser humano como toda materia orgánica desarrolla sus características individuales de forma gradual por evolución; por tanto, la inteligencia es un producto del mismo proceso.
Así y desde la postura empírica, la inteligencia se sitúa en el campo experimental. A partir de esta visión antropológica, el mensaje queda claro: es la ciencia positiva la que asume la explicación de la inteligencia humana. Como puede imaginar el lector, la palabra ingenio que hemos usado anteriormente pierde espacio, pues se excluye a la intuición; a las facultades poéticas y creadoras y al humor.
De hecho, a partir de esta época, los artistas se consideran más cerca de la locura que de la inteligencia y la intuición más cerca de la superstición.
A partir del siglo XVII, la inteligencia se consolida como una red de aptitudes cognitivas producto de una dinámica mental. Una dinámica que se comprende como un complejo mecanismo de procesamiento-información que transforma el material de la experiencia en conocimiento organizado, tal como afirma Locke en su Ensayo sobre el Entendimiento Humano en 1690. [1]
Con el racionalismo y desde Descartes, se suma a esta interpretación de la inteligencia la autosuficiencia de la razón para explicar la realidad de modo deductivo.
Con la llegada de la ilustración en la segunda mitad del S.XVIII y la aceptación del método cartesiano y del de Newton, la ciencia y su lenguaje matemático entran en escena. Origen de la necesidad de someter la inteligencia a patrones de medición. Equívoco que, en su tiempo, alimentó el determinismo racial, de género e incluso la eugenesia.
A partir de este momento, la inteligencia se consolida como la sede de diferentes habilidades mentales como la lógica, el razonamiento, la resolución de problemas y la planificación.
Nociones que serán interpeladas por la filosofía existencialista, especialmente cuando levanta su voz contra el reduccionismo cientificista.
Esto se debe en gran parte al aporte de Heidegger que coloca en el centro de la reflexión al SER, pasando el foco de atención del qué, al quién y al cómo. En esta perspectiva, la inteligencia podría concebirse como una cualidad del DASEIN. Una nueva concepción que pone sobre la mesa el contexto, el ambiente, la situación y el acontecimiento además de las implicaciones temporales y de la intencionalidad (apertura) de la conciencia.
En la lección de Introducción a la metafísica impartida en el semestre de verano de 1935 en Freiburg, Heidegger señala[2]:
“Pero sigue siendo una gran desdicha creer que el pensar de la ciencia sea el único y peculiar pensamiento estricto (…) La filosofía jamás nace de y por la ciencia (…) se halla en un dominio y ocupa un puesto de la existencia espiritual completamente diferente. Ella y su pensar están en la misma ordenación que la poesía (…) la filosofía y la poesía pueden hablar de la nada, porque en ellas impera una esencial superioridad del espíritu frente a toda mera ciencia»
Es significativo que, desde Heidegger, se supera la idea cartesiana de la separación entre cuerpo y mente; entre psique y soma; entre razón y sentimiento.[3] Lo cual, como puede imaginar el lector, resulta decisivo en la manera de abordar la inteligencia.
Karl Jaspers, Albert Camus, Gabriel Marcel, Maurice Merleau-Ponty, por citar algunos autores, abrirán también nuevos caminos para esta comprensión. En sus obras podemos advertir que la inteligencia es un cómo estar en el mundo. Un estar en el que importa el cómo del comportamiento inteligente y un para qué ante la libertad, el absurdo, la pasión, el misterio, la percepción, la unidad, la indisolubilidad, la singularidad, etc.
En este contexto, Max Scheler integra al espectro el tema de los valores. Su postura nos abre la posibilidad de captar la inteligencia humana como algo que atraviesa las manifestaciones de la escala de la vida (los objetos inorgánicos, el reino vegetal y el animal) para consolidarse en lo espiritual. Entendiendo lo espiritual como la capacidad humana de modificar la objetividad de las cosas y advertirlo; de poder tomar conciencia de sí mismo, de responder ante el impulso, de responder ante sus condiciones fisiológicas y psicológicas modificándolas como vivencias psíquicas singulares y únicas.
Como podrá deducir el lector a estas alturas, la noción de inteligencia, como muchas otras nociones, depende de la brújula que oriente al que indaga sobre ello. Es decir, alude directamente a la postura antropológica desde donde se aborde el fenómeno.
Me ha parecido importante hacer este breve recorrido, sobre todo para que el lector reflexione sobre el cambio enorme que resulta al pasar de ¿qué es la inteligencia? a ¿quién es el sujeto inteligente? Además, porque es importante observar el impacto de la Antropología filosófica sobre este tema pues nos implica a todos, pues en el plano personal significa ¿quién soy yo?
Una pregunta sustancial a la hora de leer la narrativa social sobre la inteligencia que, lamentablemente en el imaginario colectivo, sigue anclada en el plano mental y muy relacionada con el saber escolástico, el conocimiento intelectual y el rendimiento práctico.
Basta con mirar los contenidos que se siguen impartiendo en el sistema educativo; los objetivos del mercado laboral; las pruebas de aptitud y la importancia excesiva a las credenciales académicas o a las posturas de la ciencia positiva o de las ciencias duras (experimentales).
Seguimos relacionando la inteligencia con patrones medibles, incluso a pesar del impacto de la teoría de inteligencias múltiples de Howard Gardner o de la inteligencia emocional de Daniel Goleman.Lo cual resulta inquietante sobre todo porque la neurociencia también coincide en abrir nuevas perspectivas, por ejemplo, confirmando la existencia de lo prelógico e intuitivo.[4]
Manifestaciones que ya conocemos en la historia de la ciencia. Baste recordar la expresión ¡eureka! de Arquímedes o el caso de Newton, de quien se dice que concibió la ley universal de la gravedad al ver caer una manzana o la determinación de Mendeleyiev, durante el sueño, de la regularidad de la tabla periódica de los elementos.
Por otro lado, la neurociencia ya ha comprobado los efectos en la inteligencia de los aspectos emocionales, motivacionales e incluso de experiencias místicas, religiosas y espirituales.[5] En este contexto, por ejemplo, es muy significativo la aceptación de nuestra capacidad de modificar nuestra propia fisiología cerebral en procura de nuestro bienestar. [6]
Conforme a estos y otros avances de la investigación, la inteligencia mente-cerebro va quedando obsoleta y como un recurso en bruto que, por sí mismo, no representa todo el horizonte de nuestro ingenio y menos aún explica nuestra auto conciencia. Los aportes de Damasio van en esa dirección al igual que el trabajo de Sternberg sobre la inteligencia creativa.
Al hilo de esta reflexión, la inteligencia se asemejaría más a la melodía que surge de una orquesta y no a la mera composición física de sus instrumentos o de cada nota en la partitura.
Sin embargo, hay que decir que, en los medios divulgativos de la psicología, de la pedagogía y de la neurociencia se insiste en ubicar a la inteligencia bajo una visión antropológica que biologiza la cultura y culturiza la biología. Una insistencia que termina configurándonos más cerca del cerebro primitivo que de nuestra habilidad de trascenderlo o como dice Frankl en esa “tendencia a congelar y cosificar al hombre y a despersonalizarlo, colaborando con el vacío existencial.” (Frankl V. , La voluntad de sentido, 1994)
Es lamentable que sigamos en esta insistencia de fragmentación pues, en tal empresa, nos fragmentamos a nosotros mismos. Quizá una de las razones es que este paradigma conjuga muy bien con la sociedad de la productividad, del rendimiento y la competitividad, cuyo fundamento es el deseo insaciable por la auto satisfacción, llámese prestigio, estatus, poder, experticia, etc. Una sociedad que incluso intenta volver a lo inconmensurable, objeto en la lógica del mercado y de la utilidad. Una cultura que requiere de la medida porque ésta facilita la comparación, la competitividad y sostiene el tablero de intereses entre la minoría “mejor” que gobierna a la mayoría que aparece como necesitada o en falta.
Medida que también sostiene una cultura que publicita y mercantiliza el placer y distorsiona la libertad humana bajo presiones sociales y económicas confundiendo deseo con necesidad y seguridad con confianza, evadiendo la reflexión sobre los valores, la empatía y el amor.
Es desde esta versión que nos hemos convertido en la especie más peligrosa del mundo. Si hemos progresado en el hacer y en el tener, sin duda no ha ocurrido lo mismo en el plano del ser. Aún no resolvemos temas imprescindibles como la paz, la cooperación, la equidad, la justicia, etc. sin mencionar lo que requerimos para revertir el daño que hemos causado al medio ambiente.
Quizá la ilusión del progreso tiene que ver con el culto a la velocidad, que, a su vez, está muy relacionada con el rendimiento y la productividad. Una importancia que también conecta con la inteligencia humana cuando se la concibe como velocidad de procesamiento.[7]
No por nada llamamos inteligentes a teléfonos, ordenadores y computadoras. Muy similar con lo que propone el movimiento transhumanista que espera a que el Homo sapiens sea sustituido por un modelo más inteligente, con mayor capacidad de almacenamiento y procesamiento gracias a la ingeniería genética, la nanotecnología molecular y la inteligencia artificial.[8]
Vale la pena resaltar que no se trata de negar, criticar o minusvalorar esas posturas, se trata de dialogar con ellas y ampliar el escenario de las preguntas humanas para aportar en el abanico de las posibles respuestas.
El Análisis existencial y la inteligencia humana. –
Justamente para ampliar el escenario de reflexión, el Análisis existencial y la Logoterapia pueden ofrecernos una gran riqueza. Empecemos por la noción antropológica. Frankl nos dice que “El ser humano es una unidad a pesar de la multiplicidad (…) La característica de la existencia humana es la coexistencia entre la unidad antropológica y las diferencias ontológicas, entre el modo de ser humano único y las variadas maneras de ser de las que participa, en pocas palabras la existencia humana es unitas multiplex…” (Frankl V. , La voluntad de sentido, 1994)
Desde este paradigma, evidentemente la inteligencia no queda recortada a una expresión mente-cerebro, sino que se la puede concebir como una cualidad que atraviesa toda nuestra unidad incluyendo la dimensión específicamente humana: lo libre en la persona.
En esta perspectiva, ¿tiene algo que ver la inteligencia con la dimensión noética?
Si nos aproximamos a esta frase podemos comprenderlo mejor: “el hombre no está libre de circunstancias biológicas, psicológicas y sociológicas, pero siempre es y será libre para adoptar una postura frente a todas estas condiciones y circunstancias…” (Frankl V. , Psicoanálisis y existencialismo, 1997) ¿podríamos ubicar a la inteligencia también como la posibilidad humana de “tomar postura”?
Me atrevo a sugerir al lector, desde mi experiencia clínica, que esa capacidad de tomar postura indica una inteligencia muy potente. Una postura que abre el espectro al “cómo” y al “para qué”, lo cual transforma totalmente el panorama. Hay que decir que el auto distanciamiento genera habilidades muy importantes, particularmente si la persona advierte que puede trascender sus condicionamientos sin negarlos o eliminarlos, sino afrontando los mecanismos sobre los cuales actúa.
Esta actitud provoca generalmente el paso del determinismo de la mente-cerebro donde nos auto percibimos esclavos de nuestra psique a la comprensión de que realmente somos soberanos ante ella. Una conciencia que también nos distancia del paradigma de que la existencia tiene como centro la auto satisfacción.
Un “darse cuenta” que surge desde la disciplina de la atención minuciosa y la auto observación. Un “darse cuenta” muchas veces prelógico e intuitivo.Un “darse cuenta” que procura mirar por dentro y dejar de entretenerse por fuera, incluyendo asumir la responsabilidad de que conocernos a nosotros mismos es un camino personalísimo y que no puede depender de guion ajeno.
En otras palabras, tener la claridad de lo que sucede, acontece y ocurre en el ser-ahí-en-el-mundo y para el mundo.
¿Esta capacidad tiene algo que ver con la inteligencia? Como señalé con anterioridad, desde mi experiencia clínica y personal, me atrevo a afirmar que la inteligencia percibida desde este enfoque se vuelve mucho más eficiente en todas las dimensiones pues ubica en el justo lugar a todo proceso psíquico y a toda destreza y habilidad mental. Sin orgullo intelectual, sin miedo a perder estatus o sentir un golpe al ego, el ser humano se convierte en una conciencia abierta y serena.
Desde estas acciones que podríamos ubicar entre la inteligencia intrapersonal e interpersonal, pero que aventajan a las mismas porque sobrepasan también los constructos, prejuicios e ideas que se tejen sobre el auto conocimiento y la alteridad; las personas podemos entender que la mariposa sostenida entre dos alfileres solo nos permite ver su forma, pero no la majestuosidad de su vuelo.
El ingenio que brota de esta conciencia de libertad planea sobre la trascendencia y deja el convencional temor ante lo factico. Una liberación que abre un escenario fértil para la creatividad y la búsqueda de sentido. Esta auto conciencia es fundamental para la penetración psicológica ante los mecanismos de miedo-placer. Es desde esta claridad que podemos observar cómo el pensamiento se mueve desde el pasado hacia el futuro sin mucha prolijidad con el presente.
Es desde esa claridad que podemos captar el silencio interior como un pilar de la comprensión.
La neurociencia y la psicología también apuntan en esta dirección. Una mente-cerebro o una psique llena de verborrea mental, de estrés, de emociones exacerbadas, de rigidez conceptual o perceptual tiene dificultad a la hora de mirar los hechos y, por tanto, responder con eficiencia. Por decenas de investigaciones, conocemos el impacto de los sesgos cognitivos que causan alteraciones en el procesamiento de la información generando juicios errados, interpretaciones incoherentes y hasta ilógicas e irracionales.[9]
Al igual que un mapa no representa el territorio, la capacidad humana de mirar esa diferencia con libertad de defensas, afina la percepción y afina la conciencia como órgano de sentido. Para que descubra “el sentido único y particular que está latente en toda situación” (Frankl V. , La Psicoterapia al alcance de todos, 1983)
No se trata de negar la importancia de las ideas o de los mapas, se trata de “darse cuenta” cómo operan en nuestra vida. En este punto, el aporte de la fenomenología es crucial.
Cuando hicimos el recorrido histórico sobre la inteligencia humana, seguro que el lector habrá advertido cómo ocurre este fenómeno psíquico. Si la mirada está reducida, lo que se verá será producto de esa reducción.
En este punto podríamos decir que la inteligencia desde el Análisis existencial de Frankl, es conocimiento, es sensación, emoción, motivación, pensamiento, creación, humor, intuición, lógica racional y velocidad de procesamiento, pero para que guarde unidad, es también conciencia de esa unidad en un vuelo alto que lee el mapa y al mismo tiempo conoce el territorio sin tener que desmembrar el paisaje.
Habilidad “específicamente humana” que manifiesta la intencionalidad de nuestra conciencia y de su cualidad “humilde” ante la hondura del DASEIN. Respecto de la importancia de esa humildad, vale la pena conocer las investigaciones de Igor Grossmann y Tenelle Porter[10]
En cierta manera, la inteligencia desde el Análisis existencial, se aproximaría a lo que concebían los sabios antiguos, comprometiéndola con la búsqueda del bien vivir y del bien estar. En esta perspectiva, la inteligencia se ubica en primer plano para comprender la autenticidad, la congruencia y sobre todo, con la confianza de poder ser y estar siendo. Puertas que abren estados muy potentes como el descentramiento, la empatía y el encuentro. Es decir, las habilidades fundamentales para la supervivencia de la humanidad y el sueño del monantropismo. La melodía de donde surgen las preguntas «fundamentales» o «sustanciales». ¿Para qué estoy en la vida? ¿qué hace que esto valga la pena? ¿cuál es mi responsabilidad?
Las preguntas “específicamente humanas” que dieron paso a la imaginación simbólica, a la evolución del lenguaje, a la búsqueda de la verdad “como la actualidad de lo real en la inteligencia” (Zubiri, Sobre las Religiones, 2017)
Vale la pena que luego de esta reflexión, nos preguntemos juntos para qué hemos insistido como sociedad en recortar a la inteligencia en su manifestación mente-cerebro ¿Para alimentar nuestro ego? ¿Para proveernos de justificaciones? ¿para desarrollar argumentos de auto satisfacción? ¿Para garantizar la búsqueda de un lugar dentro de la jerarquía social? ¿para desarrollar astucia y persuasión que lo garanticen? ¿para perfeccionar estrategias a favor de intereses individuales? ¿para garantizar que se normalice lo anormal?
¿Acaso hemos usado la inteligencia tan solo para adaptarnos al mundo de la auto satisfacción, del rendimiento, de la productividad y del entretenimiento?
Quizá es el pálido reflejo de nuestra angustia existencial ante nuestra vulnerabilidad, ante el futuro, lo desconocido y la muerte. Una suerte de espejismo de adaptación que surge cuando la mente desea controlar esa angustia por medio de discursos lógico-racionales que, en el fondo, son malabares mentales muy sofisticados, pero que son infructuosos a la hora de volvernos más solidarios, empáticos, compasivos y amorosos.
¿Qué pasaría si dejamos de querer controlar esa angustia y nos precipitamos en los hechos tal como son? Pues esto es justamente lo que ocurre cuando el ser humano vive el amor. La sabiduría que emerge en su mayor expresión “como percepción de las limitaciones del conocimiento”. (Frankl V. , Psicoterapia y Humanismo, 2003)
Amor comprendido como un estado del ser siendo-en- el-mundo. Amor que trasciende la pasión y el placer, el apego y la instrumentalización social. Amor como el ser-para-el-otro, como la conciencia clara de la co-habitación y la co-existiencia en-el-mundo.
Un ingenio e inteligencia que no puede ser abordado desde lo individual o personal, porque emerge de lo vincular y relacional. Lo cual imposibilita la atribución o la propiedad al ego, al self, al yo, a la psique, etc.
Es decir, se aparta de la tentación del “mío” y, por tanto, del mecanismo psíquico de la auto-satisfacción. Un “vacío del yo” tan silencioso en cuanto a la verborrea mental y emocional, que puede observar la unidad de la existencia y la semejanza primordial de la humanidad.
Si bien el lenguaje contiene los mismos límites que el pensamiento humano y por tanto no colabora para poder explicar esta inteligencia, vale que el lector piense en su propia vivencia y se implique.
Para ello, reflexionemos sobre la frase de Frankl: “…no es en absoluto correcto afirmar que el amor es ciego, al contrario, el amor devuelve la vista…” (Frankl V. , Logoterapia y Análisis existencial, 1990)
¿Qué significa devolver la vista? Pues denota claridad. Un adjetivo que contiene los matices más sólidos de la inteligencia humana y de los cuales ya hemos hablado con anterioridad: mirar sin interferencias, observar sin sesgos y moverse con confianza en la existencia.
Ahondemos aún más en esta claridad en algunos puntos importantes y conforme a las diez tesis sobre la persona de Frankl:
- La persona es intencionalidad (apertura de la conciencia). – Estar en-amorado es estar abierto a los demás y al mundo; y aunque se sienta el temor a la propia disolución, la atracción de salir del sí mismo al “entre” es tremendamente potente. La intimidad que surge del amor deja sin argumento al atomismo porque destruye el mecanismo primitivo del placer y del temor al displacer; del castigo y la recompensa y se aproxima a la vivencia de la gratuidad, del ofrecer-se sin precio, sin publicidad, sin medidas de rendimiento y sin competitividad.
Clave para el lector: ¿Cuándo cuida a su hijo/a piensa en la recompensa o en su propia conveniencia? ¿sería capaz de arriesgar su vida por alguien que ama?
- La persona es un in-dividuum e in-summabile.- La persona en-amorada repele todo intento por ser fragmentada y por tanto, accede a la conciencia de la totalidad e indivisibilidad. Adquiere la claridad de que el ser humano no es mensurable. Nadie se siente amado cuando se lo cosifica, estratifica y categoriza. Aunque el lenguaje social se enfoque en la evaluación constante de la persona, quién ha sentido la unidad, incluso abandona la pelea interior entre el ser y el “debería ser” o “quisiera ser”.
Clave para el lector: ¿se sentiría amado si esto dependiese de que no pierda alguna característica como: rol social, condición laboral, atractivo físico, ¿etc.?
- La persona es un ser nuevo. – La persona en-amorada adquiere conciencia plena de que es única y que lo amado también lo es. Adquiere la claridad de lo absolutamente irremplazable y además de la imposibilidad de la comparación de lo “único”. Lo cual tiene un impacto directo para comprender la necedad de la competitividad y el ejercicio de la lógica del dominio.
Clave para el lector: ¿podría reemplazar a su amado/a?
- La persona es dinámica. – La persona en-amorada siente el “ahora” nítidamente. Sabe que todo entra en el reino de lo irrepetible, de lo nuevo, de lo eternamente fresco. Sabe que el pasado y el futuro son los alfileres de la mariposa y entiende que el vuelo siempre es nuevo y contiene la posibilidad de la novedad constante. Esto aclara también la necedad de la comparación ente lo que fue, es y supuestamente será.
Clave para el lector: ¿podría repetir o recuperar un momento de amor?
- La persona es espiritual. – El amor abre la mirada a los valores y a la libertad. Nadie ama con esfuerzo o por cubrir una decisión mental o una obligación. El que ama provoca libertad en lo amado y acepta esa libertad con todas las consecuencias. Bajo esta premisa, la responsabilidad adquiere un matiz magistral: la comprensión de lo libre en el ser humano.
Clave para el lector: ¿el apego emocional expresa amor?
- La persona es existencial. – Lo posible se abre ante el determinismo y la causalidad destruyendo toda intención de control y, por tanto, de búsqueda de seguridad. Se da paso a la confianza y se entiende que nuestras experiencias y nuestro comportamiento no están determinados por las fuerzas conflictivas que nos fragmentan.
Clave para el lector: Comprende la responsabilidad del ¿para qué amar?
Podríamos describir aún más la claridad, pero mi intención es únicamente propiciar la reflexión del lector y provocar que se auto observe desde estas claves. Y es que todos sabemos que el amor no es un tema de explicación sino de implicación. No importa cuánto explique la ciencia, cuántos libros hayamos leído, cuánta información o conocimiento hayamos acumulado, el amor se comprende solamente viviéndolo.
Parafraseando a Frankl, podríamos decir que el amor es la más alta forma posible de inteligencia porque el amor es “la orientación directa hacia la persona espiritual del ser amado” (Frankl V. , Logoterapia y Análisis existencial, 1990)
Considero que el amor es la inteligencia que unifica todas las manifestaciones de nuestro ingenio y además las potencia hacia la vida y el sentido; nos aproxima al reconocimiento del orden de la naturaleza, del cosmos y de sus leyes. Es la inteligencia que capta la sabiduría del encuentro y por tanto, de la paz, de la compasión, del cuidado y la confianza. No refiere utopía, ideal, espejismos culturales o estrategias cognitivas, el amor posee la solidez de la vivencia.
Si el camino es avanzar en unidad y dejar atrás el paradigma de la fragmentación, la medición, el reduccionismo y la cosificación humana, habrá que abrir un nuevo territorio que articule inteligencia y amor. Es urgente para la humanidad una transformación radical. El medio ambiente lo demanda, la pobreza, la soledad, los conflictos, el sufrimiento y la violencia hacen urgente esta tarea.
Si la ciencia, la tecnología, la religión y las prácticas culturales no están atravesadas por la inteligencia del amor, seguiremos sumidos en una ceguera colectiva. Una soberbia intelectual llena de sesgos y de defensas egocéntricas que se mueven más en la zona de la estrategia y la persuasión que de una auténtica búsqueda de la Verdad.
Solamente una revolución interna de proporciones radicales como las que provoca el amor puede trascender los conflictos que hemos provocado y dejarnos ver límpidamente lo que realmente somos.
BIBLIOGRAFIA
Frankl, V. (1983). La Psicoterapia al alcance de todos. Barcelona: Herder.
Frankl, V. (1990). Logoterapia y Análisis existencial. Barcelona: Herder.
Frankl, V. (1994). La voluntad de sentido. Barcelona: Herder.
Frankl, V. (1997). Psicoanálisis y existencialismo. México: Editorial FCE.
Frankl, V. (2003). Psicoterapia y Humanismo. México: FCE.
López G, L. (2013). Los orígenes del concepto de inteligencia. Revista Galego-Portuguesa de Psicología y Educación.
Sarton, A. (1972). La inteligencia eficaz. Bilbao: Mensajero.
Zubiri, J. (2017). Sobre las religiones. Madrid: Alianza Editorial.
Rosenblueth, A., (1981), El método científico, 2da.Ed., CNCT, México.
https://www.humanityplus.org/transhumanism Transhumanism. (s.f.).
https://puntocritico.com/ausajpuntocritico/documentos/Locke_John-Ensayo_sobre_el_entendimiento_humano.pdf
[1] https://puntocritico.com/ausajpuntocritico/documentos/Locke_John-Ensayo_sobre_el_entendimiento_humano.pdf
[2] Heidegger, M. (1983), Einführung in die Metaphysik. Gesammtausgabe; II. Abteilung, Vorlesungen 1923-1944, Bd 40. Frankfurt am Mein, Vittorio Klostermann (citado por la traducción española: Introducción a la metafísica (1960). Buenos Aires: Ed. Nova.
[4] Ver investigaciones de Jhon Bargh de la Universidad de Yale y del Dr. Jhon-D Haynes (investigador cerebral británico-alemán) También pueden revisarse los estudios de Arturo Rosenblueth.
[5] A inicios de los años noventa, el neuropsicólogo Michael Persinger, y más recientemente, en 1997, el neurólogo Y S. Ramachandran y su equipo de la Universidad de California, llevaron a cabo investigaciones sobre la existencia del llamado “punto divino” en el cerebro humano localizándolo en las conexiones neuronales de los lóbulos temporales del cerebro.
[6] Véase los resultados de la investigación de la Dra. Eleonor Maguire con los taxistas de Londres o las investigaciones sobre la meditación y su impacto biológico de las Universidades de Wisconsin y Harvard en Etados Unidos, Maastricht en Países Bajos y Leipzig en Alemania.
[7] De hecho, el modelo de inteligencia de Cattell-Horn-Carroll (CHC) propone que la velocidad de procesamiento es un predictor del rendimiento académico y de la capacidad cognitiva general.
[8] En su manifiesto se señala: “En el futuro, la humanidad cambiará de forma radical por causa de la tecnología. Prevemos la viabilidad de rediseñar la condición humana, incluyendo parámetros tales como lo inevitable del envejecimiento, las limitaciones de los intelectos humanos y artificiales, la psicología indeseable, el sufrimiento, y nuestro confinamiento al planeta Tierra.” (Transhumanism, s.f.)
[9] Entre los sesgos más representativos están: sesgo retrospectivo o sesgo a posteriori como la propensión a percibir los eventos pasados como predecibles; sesgo de correspondencia también llamado error de atribución como la tendencia de enfatizar excesivamente en las explicaciones fundamentadas, conductas o experiencias personales de otras personas; sesgo de confirmación como la tendencia a averiguar o interpretar información que confirma preconcepciones, sesgo de autoservicio, sesgo de falso consenso: es la tendencia de juzgar que las propias opiniones, creencias, valores y costumbres; sesgo de memoria que puede trastornar el contenido de lo que recordamos y el sesgo de representación que ocurre cuando asumimos que algo es más probable a partir de una premisa que, en realidad, no predice nada.
[10] Tenelle Poter de la Universidad de Standford estudió cómo la falta de humildad intelectual producía sesgos de defensa por mantener el estatus e incluso favorecía el pensamiento dogmático. Igor Grossmann llegó a similares conclusiones.