Gratuidad que acoge

Publicado revista MCLE Zürich

Siguiendo con la reflexión propuesta en la encíclica Fratelli Tutti y dentro de la idea de fraternidad como un ejercicio de reciprocidad; es decir de una donación mutua entre personas, pueblos, naciones y culturas, el Papa Francisco nos coloca en la necesidad de comprender esa reciprocidad en clave de gratuidad.

Y es que cuando abordamos la reciprocidad podemos confundirnos con el utilitarismo; es decir, una reciprocidad secuestrada por la idea de beneficio y recompensa. Una transacción de intereses personales en el que las dos partes actúan buscando algo a cambio.
Hay que decir que este no es el núcleo de la reciprocidad fraterna y tampoco el núcleo del mensaje de amor que Jesús nos propuso. La utilidad no es el fin de la reciprocidad, llegar a conseguir algo no es su objetivo. De hecho, es todo lo contrario, es desenfocarnos del yo para situarnos en el nosotros. Si hago algo pensando en un beneficio de retorno, lo que estoy haciendo es reforzando mi actividad egocéntrica: – Merezco que me des algo a cambio de lo que te he dado –; – espero que me devuelvas de alguna manera lo que he hecho por ti – ;o, – no actuaré mientras no me cerciore de que tengo algún beneficio-

Nada más alejado del mensaje de fraternidad del cristianismo y menos aún del mandamiento del amor.

Para ahondar mucho más en esta reflexión, valen las palabras de Jesús cuando dijo “Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará” (Mateo 6, 1-6)

¿Qué nos quiso decir? Claramente Jesús nos invita a la gratuidad, es decir a no esperar nada a cambio, salvo aquella recompensa que permanece en “secreto” y que es vista únicamente por Dios y, por tanto, es libre de cualquier signo externo y público. Es decir, no depende de que el sujeto que se ha beneficiado de nuestra acción nos lo agradezca, lo reconozca o lo pague; así como no depende del aplauso social, del reconocimiento público o de la utilidad que nos reporte.

En esta perspectiva, la gratuidad es la manifestación de la generosidad sin expectativas de ningún tipo y, por tanto, signo del amor y la bondad incondicionales. Un tema central en las enseñanzas del cristianismo que no solamente subraya lo incondicional, sino también la libertad interior de una persona. Libertad interior en el sentido de que una acción desinteresada es una manifestación de que el “yo” no está apegado a ningún resultado cuando hace el bien.

Cuando el “yo” hace el bien libre del deseo de protagonismo o de la búsqueda de una utilidad personal, manifiesta que ha roto las cadenas de la expectativa y la gratificación. En otras palabras, ha roto la esclavitud egocéntrica y con ello la dependencia del resultado. Y es que depender de un resultado es una verdadera esclavitud, pues si no se recibe lo que se esperaba, la persona se frustra e incluso se enoja y hasta puede sentir que el otro le ha herido y sentir resentimiento, odio o incluso deseo de venganza. Además, esperar algo a cambio implica situar al otro (el que se ha beneficiado de nuestra acción) como deudor y colocarnos como acreedores. ¿Es esta una actitud amorosa?

Al respecto, vale la pena recordar las palabras de Jesús cuando dice “Si alguien quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo…” o “el que quiera salvar su vida, la perderá…”
Y es que cuando el “yo” actúa por la gratificación de la recompensa, está afirmando el “sí mismo” y lo que cree que se ha ganado o le corresponde como “suyo”. Nada más contrario al amor y a la vivencia de la fraternidad, en donde el “nosotros” desplaza al “yo”; la compasión desplaza al interés personal y el desapego por los resultados desplaza el deseo de recompensa.

Es preciso que todos tengamos conciencia de que el mensaje de amor de Jesús tiene como eje central la gratuidad porque su núcleo es el amor. Un mensaje que podemos ver claramente en su vida. Sanó enfermos, liberó a muchas personas de sus esclavitudes, curó almas heridas, etc. y nunca pidió o exigió recompensa, menos aún reconocimiento social o fama.

Si queremos comprenderlo y seguirlo, obremos en el bien y para el bien sin interés personal o expectativa. Obremos gratuitamente sin exigencias o demandas. Captemos la gratuidad como una liberación de lo exterior y una oportunidad de vivir el desapego por los resultados.

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