Retomaremos nuestras reflexiones sobre la Encíclica «Fratelli tutti» del Papa Francisco en el capítulo segundo, cuyo llamado adquiere una tremenda importancia en la actualidad, no solamente por todas las atrocidades de las que hemos sido testigos desde la invasión de Rusia a Ucrania sino también por la cadena de amenazas que, a partir de este hecho, inundan los discursos políticos y de muchas naciones.
Y aunque la guerra en Ucrania ha acaparado la atención internacional, hay que saber que existen más conflictos en el mundo como la guerra de Yemen, en Etiopía, los conflictos en Myanmar, Siria y en muchos países africanos por acción de los grupos islamistas militantes.
Sin duda, la guerra nos coloca en un escenario desolador para la fraternidad y más aún si conocemos que en los últimos 5.000 años de historia, la humanidad solo ha estado 900 años en paz.
A modo de introducción al segundo capítulo de la Encíclica y como un resumen del primer capítulo en el que el Papa Francisco nos contextualiza en este mundo dividido y sin un rumbo común, tenemos que preguntarnos seriamente sobre la fraternidad ¿Es acaso una utopía? ¿Es realmente posible o estamos ante una fantasía romántica, cuyos fundamentos son débiles? ¿Somos capaces los seres humanos de construir la paz?
Imagino que el lector se habrá hecho estas preguntas pues es responsabilidad de cada persona ahondar sobre ello y primero observarlo dentro de nosotros mismos, pues la responsabilidad pasa por implicarnos directamente. Para que se entienda más claramente pensemos que si repudiamos la guerra, la violencia o la tiranía, deberíamos ser consistentes con ello a nivel personal y revisar nuestras propias guerras, ya sea dentro de nosotros mismos, en la familia, en el trabajo o en nuestra comunidad. ¿Tengo un enemigo interno al que quiero destruir? ¿Tengo una persona que me incomoda a la que ignoro o ataco constantemente? ¿Ejerzo violencia verbal, psicológica o física contra alguien? ¿Tiendo a justificar la violencia cuando defiendo mis intereses? ¿Creo que ganar u obtener algo a mi favor me da el derecho de actuar contra cualquier persona que lo amenace? ¿soy capaz de dialogar cuando existen diferencias o conflictos? ¿ejerzo dominio sobre alguien, sea porque me creo mejor, más listo o preparado, etc.?
Si usted responde a estas preguntas se dará cuenta que no son situaciones muy diferentes a las que han originado las guerras a nivel global. Advertirá que “justificar” la violencia es una de las trampas más comunes de todos los “ismos”, llámese individualismo, nacionalismo, regionalismo, fundamentalismo, etc.
El egoísmo y el miedo son sus fundamentos. El ser humano tiende a enfrascarse en su propio bienestar y se enceguece por su miedo a perder sus exclusivos intereses. Defensa que a nivel personal justifica el derecho a gritar, agredir, insultar, descalificar e incluso golpear o excluir a personas o grupos sociales. Defensa que a nivel de países o naciones justifica el supuesto derecho de invadir, crear y usar bombas, minas y armamento de todo tipo. Defensa que a nivel de grupos fundamentalistas justifica el derecho de eliminar a todo opositor.
Un egoísmo que levanta muros bajo el lema de defender “los intereses” ya sean personales, nacionales, regionales, de grupo, etc. anulando toda semejanza humana y resaltando únicamente las diferencias, por tanto impidiendo el diálogo. Un egoísmo que ha creado una cultura y que al final, como un búmeran, destruye su misma creación.
Si cada persona observa el desastre que provoca al egoísmo y asume la responsabilidad de actuar para transformarlo en sí mismo, es posible que la fraternidad abra una puerta diferente, pero ¿si no podemos vivir la fraternidad y la paz cada uno de nosotros, qué nos hace pensar que es posible que ocurra en el mundo?
Las crisis humanitarias como efecto de las guerras no son tan diferentes de las tremendas crisis psicológicas, familiares y sociales que deja el egoísmo en el plano individual. El Papa Francisco reitera en su encíclica que ningún progreso será posible si las naciones y los pueblos siguen luchando entre sí y si extendemos esta frase a nivel personal, diríamos que ningún crecimiento personal es posible si vivimos violentándonos o violentando a los demás.
El compromiso pasa primero por lo personal. Las guerras en el mundo son horribles y requieren de personas que alumbren esa fealdad convirtiéndose en testimonios vivos de que la fraternidad sí es posible. Recordemos la frase de Jesús: “Ustedes son la luz de este mundo….procuren ustedes que su luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben a su Padre que está en el cielo.” Mateo 5:13-16.