Siguiendo con nuestras reflexiones sobre la encíclica Fratelli Tutti, es importante que comprendamos con detenimiento el mensaje de la parábola del buen samaritano pues en ella se recoge tanto el fundamento de nuestra fe como la clave subyacente en la mayoría de los conflictos humanos.
Desde la misma creación, la Biblia recoge el desafío humano ante la unidad en la diversidad y por tanto de la acción fraterna. En la historia de Caín y Abel, la respuesta de Caín «¿Acaso yo soy guardián de mi hermano? ya nos deja ver la dificultad de relacionarnos y la tendencia a propiciar conflictos cuando queremos defender ese “yo” imponiendo la fuerza de la división entre lo “propio” y lo “ajeno”.
En la parábola del buen samaritano, la respuesta de Caín se repite desde la conducta indiferente del sacerdote y del levita.
Para comprender mejor el mensaje de Jesús, hay que saber que en la tradición judía el precepto «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18) se concretaba en el cuidado de la familia nuclear, de los parientes y de los compatriotas ya sean de nacimiento o por conversión. Es decir, el prójimo se entendía de un modo etnocéntrico, excluyendo a todos los demás. Cuando Jesús responde al escriba sobre ¿quién es el prójimo? Jesús quiere transformar por completo esa mentalidad.
Jesús empieza implicando al escriba al narrar el comportamiento incoherente del sacerdote y del levita como si lo invitase directamente a pensar en su propia manera de asumir el amor al prójimo y, por si no fuese poco, incluye en la narración a un samaritano; recordemos que existía un desdén recíproco entre samaritanos y judíos por cuestiones históricas y religiosas, así que incluir a un samaritano y además convertirlo en el ejemplo de la misericordia es realmente provocador.
De este modo, Jesús desafía toda la comprensión de “prójimo” colocándola en un ámbito universal y situando la misericordia más allá de toda condición racial, social, cultural, religiosa o étnica.
La invitación es directa y clara: la noción de prójimo no admite ningún criterio de exclusión y en cuanto al amor a Dios, éste se concreta en el cuidado fraterno sin condiciones. «Traten en todo a los demás como ustedes quieran ser tratados, porque en esto consisten la Ley y los Profetas» (Mt 7,12). “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” 1 Jn 4,20
Jesús nos ofrece su mensaje en clave de unidad y universalidad y nos llama a lo que podría pensarse como imposible: vivir más allá del “yo” y de lo “mío”.
Para aterrizar este precepto, preguntémonos cómo entendemos nosotros la palabra “prójimo” y cómo actuamos ante ello. ¿excluimos a los diferentes? ¿Causamos conflictos que provocan y afirman divisiones grupales, sociales, etc.? ¿nos sentimos más salvos, más amados por Dios o más legítimos en comparación a otras confesiones religiosas y somos cómplices de peleas y descalificaciones innecesarias?
¿Estamos dispuestos a cuidar a quién lo necesite? ¿actuamos como el sacerdote o el levita y “pasamos de largo”? ¿Estamos dispuestos a asumir el desafío que Jesús nos propone y actuar comprendiendo la unidad en la diversidad y evitando la lucha que surge de los intereses personales y grupales?
Que podríamos responder si Jesús nos preguntase ¿quién es tu prójimo? ¿lo amas como Yo te amé?