Siguiendo el capítulo cuarto y dentro de la riqueza de cada una de las afirmaciones de San Pablo en el himno a la caridad, llegamos a un tema de enorme trascendencia en cuanto a la vida en pareja, en familia y en comunidad.
La alegría del amor, título del documento sobre el cual trabajamos, no sería posible sin esta clave interna que nos conduce a la paz interior: el perdón.
Empezaremos asumiendo que es normal reaccionar ante lo que consideramos un ataque. A veces, cuando nos hieren, es lógico que nuestra primera respuesta ante esa herida, sea el enojo, la frustración y un cierto impulso por ir en contra de quien nos ha hecho daño.
Nuestro sistema nervioso está diseñado para reaccionar ante una posible herida (generalmente) bajo dos opciones: huir o defendernos. Muchas veces podemos dejarnos llevar por estos primeros impulsos. Veamos un ejemplo para entenderlo mejor.
Imagine que su pareja o su hijo dicen o hacen algo que usted interpreta como injusto o doloroso. Acto seguido, usted se siente herido. Ese dolor emocional que usted siente desencadena en su organismo una serie de señales que le ponen a merced de las reacciones emocionales más diversas. Entonces su organismo reacciona con impulsos de defensa. Entonces usted grita, ofende, lanza un ataque verbal o físico ante la herida que ha recibido. En pocas palabras CREE estar defendiéndose por la vía activa.
Pero también, usted puede quedarse callado, sentirse débil y alejarse de la persona y de la situación, creando un escenario interno en donde usted empieza a auto compadecerse, a sentir culpa y argumentar su sentimiento de víctima. En pocas palabras, cree estar defendiéndose, pero por la vía pasiva.
Estas reacciones como su nombre ya lo indica, son meras reacciones; es decir, primeros impulsos condicionados por nuestra biología. Pero, como no somos solamente máquinas de impulsos, podemos interrumpir este ciclo.
Esta interrupción implica algo más que nuestra libertad ante nuestros propios impulsos biológicos. Esta interrupción señala nuestra habilidad de comprender la disculpa, el perdón y lo que hemos llamado inteligencia emocional.
En el intervalo que ocurre entre la herida que recibimos y la respuesta que damos, están las claves. Usted puede observarse a sí mismo y encontrarlas. Observe sus propias reacciones. Investigue con detenimiento cómo surgen, cómo y cuándo ocurren. Sea meticuloso en esta observación pues allí encontrará valiosas respuestas de auto conocimiento. En su auto exploración podrá mirar su estilo de defensa, su estilo de ataque, sus pensamientos, sus reacciones emocionales, su estilo de comunicación, su modo peculiar y único de enfrentarse con una herida, etc. Pero también ponga mucha atención al intervalo que ocurre entre la herida que recibe y la respuesta que da. Si lo observa con detenimiento, podrá comprender cómo funciona la disculpa humana y quizá, vislumbrar la profundidad que ocurre cuando perdona o cuando es perdonado.
Pregúntese por ejemplo ¿qué es lo que me hiere? ¿qué suelo defender de mi mismo? ¿qué parte de mi está herida? ¿qué valor es vulnerado? ¿es realmente importante defenderme? ¿desde dónde surge mi defensa? ¿qué hago con esas sensaciones de herida: las guardo, las argumento, las reflexiono, las olvido, las transformo?
Observe con detenimiento toda su vivencia alrededor de sus heridas y cómo responde ante ellas. Observe cómo y qué requieren esas heridas para cicatrizarse, observe si las deja abiertas, si suma otras, si multiplica reacciones, pensamientos, etc. Mire sus comportamientos con la persona que le hirió, mire cómo se esparcen en su vida social, etc. Mire la clase de síntomas emocionales que tiene cuando le hieren: intranquilidad, angustia, deseo de venganza, necesidad de reparación, auto compasión, victimismo, aislamiento, etc.
Observe si cada vez que piensa o alimenta estos síntomas, su herida sana o su herida crece. Observe si el sentimiento que producen sus síntomas emocionales son elementos constructivos a la hora de relacionarse consigo mismo y con los demás.
Obsérvelo con detenimiento y encontrará ese intervalo que, como dije con anterioridad, le dará las claves para comprender cómo disculpar a los demás y cómo asumir la fuerza del perdón.
No se trata del otro. Se trata de usted. Así que no ponga el énfasis en la reacción del otro o en su deseo de que su agresor cambie de comportamiento o advierta que lo ha herido. No ponga su mirada en el otro, ponga su mirada en su propia vida. Saber disculpar no tiene que ver con el otro, tiene que ver con su propia reconciliación. Si usted es capaz de disculpar las ofensas de los demás, usted también será capaz de comprender que el otro no tiene por qué reaccionar como usted espera.
Esto no quiere decir que cuando disculpamos, estamos abandonando la idea de la justicia, la búsqueda de la comprensión, etc. solo quiere decir que somos responsables de buscar la paz interior para tener los ojos limpios y comprender sin violencia interior una situación y actuar en consecuencia.
Libres de impulsos emocionales y libres del veneno de la venganza, revancha, victimismo, juicio, necesidad de reparación, etc. podremos vivir la disculpa interna y desde tal reconciliación interna, podremos ir por el otro y comprender la tremenda revolución que evoca cada llamado de Jesús a perdonar.