El Descarte Mundial

La cultura del descarte

La “Cultura del descarte” es una frase que el papa Francisco ha popularizado desde que asumió su Pontificado. Con ella ha tratado de definir esa actitud consumista que vive bajo la premisa de “usar, abusar y tirar”. En la encíclica Fratelli Tutti también es mencionada con frecuencia, así que detengámonos en su significado.

Empecemos por reflexionarlo desde el mundo del comercio. ¿Le ha ocurrido que ha comprado un objeto de “última generación” como un teléfono inteligente o un ordenador y éste ha empezado a fallar luego de cierto tiempo? ¿Se ha preguntado alguna vez si las empresas que desarrollan tecnología buscan con el mismo ahínco su durabilidad?

¿Conoce el término “obsolescencia programada”? La obsolescencia programada es la acción intencional que hacen los fabricantes para que los productos dejen de servir en un tiempo determinado o disminuya su rendimiento.

¿No le parece que esto es una clara demostración de la “mentalidad del descarte”? ¿Acaso no existen los métodos suficientes para hacer móviles, televisiones, ordenadores, autos, textiles, etc. con un rango de duración mayor al que ahora existe? ¿Dónde las leyes de la defensa del consumidor?

Producir objetos de “ultima generación” que nunca resulten suficientes es una de las trampas típicas de la cultura del descarte. Evidentemente con la combinación de una publicidad que amplifica el deseo de “consumir y tirar” bajo la promesa de la innovación.

Si mira con detenimiento, la publicidad vende sobre todo la idea de “innovación”. Ocurre por ejemplo con los móviles. Apenas estamos conociendo los “nuevos beneficios” de un modelo ya sale otro al mercado que promete mayor innovación. Muchas personas se dejan seducir por esta idea de lo “nuevo” de lo “mejor” y desechan sus cosas, aunque su funcionalidad o utilidad sigan intactas.

Otro tanto ocurre con la trampa del estatus. Una trampa usada desde hace años por las leyes del mercado: vender el deseo de usar cosas de lujo; compartir modas de personas famosas; usar marcas que identifican estatus económico o social, etc.

Trampas y trampas comerciales que reportan beneficios económicos a una élite y nos rodean de un crudo despilfarro. Y así crecen las montañas de basura, especialmente en los países pobres que son los receptores de los desechos de los países desarrollados. Los océanos se llenan de plástico. Los ríos se contaminan. La tierra se envenena de químicos. El aire se llena de sustancias tóxicas. ¿Y todo para qué? Consumir y tirar. Usar y abusar. Trampas humanas que terminan atrapándonos a todos en lo que el Papa denomina la “cultura del descarte”

Lo lamentable es que, esta situación no ocurre solamente con las cosas, sino que también se extrapola a las personas. Una práctica aberrante por su grado de deshumanización que nos coloca a todos en la misma categoría que los bienes de consumo.

Miles de millones de personas en el mundo son consideradas “obsoletas”; millones son usadas y hasta esclavizadas para luego, ser desechadas con la misma facilidad que se hace con las cosas.

El mercado laboral cada vez se torna más inhumano. Las personas se usan y abusan. Los derechos son manoseados al antojo de lo descartable. Y desde tal irracionalidad se puede comprender el desplazamiento de empresas a países pobres; el tráfico de migrantes, mujeres, niños y hasta de órganos humanos. El ser humano convertido en un objeto de consumo, de uso y de desecho.

Y aún más perverso se pone el escenario cuando advertimos que esta manera de “descartar” pone su fundamento en la “utilidad”. Los ancianos, los enfermos y los marginados quedan como los grandes solitarios de este mundo.

Si llevamos la reflexión al plano de la política, el absurdo crece aún más. La voz de las mayorías, que se supone son la base de la democracia, se convierte en un llanto sordo que a ningún líder parece importar.

En la actualidad y sin mediar ideologías, todos vivimos una experiencia de descarte. No solo hemos aceptado las trampas del mercado, sino que nos hemos convertido en cómplices de la “innovación”. Quizá la misma trampa que recorre a ese “pensamiento moderno” que acepta y promueve el aborto y la eutanasia.
Los cristianos no podemos insensibilizarnos ante esta situación. Es nuestra responsabilidad no ser parte ni propagadores de estas trampas mentales. Empecemos por nosotros mismos. Obsérvese cuando compra algo, cuando desecha algo y mire por sí mismo, la racionalidad o irracionalidad de sus prácticas de consumo. Obsérvese cuando se relaciona con las personas. Mire cómo las percibe, identifique si hay un sentimiento de búsqueda de utilidad o de beneficio. Mire si usted tiene un trato diferente dependiendo del posible beneficio que obtenga. Observe con detenimiento para que no sea un cómplice de la “cultura del descarte”.

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