Diálogo y Amistad Social

Publicado revista MCLE Zürich

En un mundo polarizado y envuelto en revanchas, competencias por poder; guerras comerciales; desconfianza, violencia, fundamentalismo, intolerancia e indiferencia, hablar de diálogo y amistad social parece casi utópico o una especie de romanticismo que ya suena caduco.

Sin embargo, en la encíclica que venimos analizando, se subraya la importancia de recuperar esta noción y se la presenta no solamente como plausible, sino como deseable y como germen de una transformación cultural.

Comencemos por explorar el significado de “amistad social”. Este concepto, utilizado en las ciencias humanas, se refiere a todo el tejido relacional que cada uno de nosotros hilvana con los demás, abarcando conexiones sociales, afectivas, emocionales, intelectuales y espirituales. La amistad social es algo así como esa red comunitaria que, a través de la construcción de vínculos, fomenta la cooperación y permite la cohesión entre las personas.

Y es que la amistad posee una fuerza extraordinaria que no solo une a quienes se sienten cercanos, sino que también se expande hacia sus seres queridos, generando un ambiente de cariño y apoyo que incluye a sus parejas, hijos y familias. Un cariño compartido que, a su vez, genera otras cualidades fundamentales para una convivencia armoniosa: confianza, diálogo, tolerancia, empatía, oportunidades y un sentido de cooperación.

Además, es a través de estas conexiones profundas, que los seres humanos accedemos a diversas dimensiones de la salud: emocional, psicológica e incluso física, tal y como lo demuestran cientos de investigaciones en campos como la psicobioinmunología y la medicina.

Es decir, que la amistad social no solo es un reflejo expandido de la amistad individual, sino que contiene la posibilidad de sostener una salud colectiva que asegure bienestar a las nuevas generaciones.

De hecho, desde una perspectiva pragmática, la amistad social es crucial para nuestra supervivencia. Basta con hacer un repaso histórico para advertirlo. No estaríamos aquí si en las sociedades prehistóricas, no hubiese sido posible la cooperación en la caza, en la recolección y, sobre todo, en el cuidado de los bebés y los ancianos. Es decir que estamos hablando de un imperativo evolutivo.

Si el lector lo piensa con detenimiento, este imperativo evolutivo atraviesa todas las condiciones necesarias para que, como especie, sigamos en esta tierra.

Y es que sin amistad social no podemos cuidar lo que nos es común y que, además, sostiene nuestra vida física: la tierra, el agua, los bosques, el aire, la vida animal y la organización de cada ecosistema. Tampoco podemos cuidar nuestra salud psíquica y social basada en el diálogo, el aprendizaje mutuo, la ética, la moral e incluso el sentido de la vida, pues solamente en las conexiones profundas con otros seres humanos tenemos un marco de referencia que recalibra nuestro ser.

Lamentablemente, hay que decir que, en la actualidad, la amistad social se presenta como un ideal imposible de alcanzar e incluso se lo niega culturalmente en medio de comunicaciones hostiles; creación de ambientes de desconfianza; violencia; revanchas; amenazas y luchas por intereses que niegan lo “común” y que destruyen en la práctica a naciones enteras, hogares y miles de vidas, sueños y esperanzas.

Es decir, una especie de locura colectiva que destruye justamente los fundamentos de la vida humana y normaliza una actitud autodestructiva.

¿Cómo hemos llegado a pensar que la amistad social es un tema utópico e imposible de llevar a cabo?

Sin duda, la respuesta a esta pregunta contiene las claves necesarias para indagar qué nos pasa como sociedad.

Hay que decirlo con asertividad: La amistad social es un hecho humano histórico, es una llamada intrínseca que surge desde nuestra naturaleza y que impregna toda nuestra realidad social.

Como he referido en otras ocasiones el solo hecho de pensar que no es posible ya es un equívoco que multiplica errores en la vida práctica y nos sume en una especie de sueño colectivo errático y enfermo. No nos dejemos llevar por las redes sociales, las noticias y las narraciones culturales que destruyen la amistad social porque no solamente que estamos siendo cómplices de esa locura, sino porque estamos desvaneciendo la verdad que surge de estas palabras de Jesús: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20).

Coloquemos nuestra mirada en este llamado a la unidad porque es el camino hacia la recuperación de nuestras comunidades y al regreso a la esencia de lo que significa ser “persona”.

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