Día Mundial de la Felicidad

Ni dinero, ni estatus, ni fama. Nos hace felices las conexiones profundas con otras personas.

Ni dinero, ni estatus, ni fama. Nos hace felices las conexiones profundas con otras personas.

Según el estudio más longevo de la psicología (Desarrollo adulto), cuyo inicio se remonta a 1938 y ha cubierto varias generaciones, la felicidad se asienta en la calidad de los vínculos y relaciones que mantenemos en nuestra vida. Conforme los hallazgos de este estudio, las personas que tenían relaciones cercanas y de alta calidad con familiares, amigos y parejas eran más felices, más saludables y vivían más tiempo.

No se trata de la cantidad de relaciones, sino de la calidad; es decir de la profundidad de esos vínculos. El estudio también ha encontrado una relación directa entre esas conexiones profundas y significativas con el manejo del estrés, los conflictos, la soledad y los desafíos de la vida. Este hallazgo implica uno aún más soprendente: las personas que tenían relaciones más cálidas se mantuvieron físicamente más saludables a medida que envejecían.

Robert Waldinger, profesor de psiquiatría de la Universidad de Harvard y maestro Zen, es el cuarto director del estudio y lo resume de esta manera: «Las buenas relaciones nos mantienen más felices y más sanos. Punto.”

Publicado revista MCLE Zürich

Otros estudios en la misma línea han corroborado esta afirmación, así que parecería ser que nuestra salud psíquica y física dependen directamente de la calidad de nuestras relaciones.

Lo que nos coloca frente a frente con otras nociones, que en psicología, también han sido relacionadas directamente con la felicidad: ser auténticos.

Sobran las máscaras y las armaduras. No es necesario seguir a nadie, ni copiar a ningún ídolo. Para ser feliz hay que atreverse a ser auténticos.

Ser original y auténtico es una clave imprescindible para la felicidad y para mantener relaciones sanas y duraderas pues las personas que se atreven a ser “sí mismas” generan atmósferas de confianza.

La autenticidad es una noción que, aunque suena simple, todos sabemos que guarda una tremenda profundidad. Ser auténtico significa tener la libertad psíquica y social para vivir sin necesidad de aplausos sociales o de adoptar valores o mandatos culturales.

Ser “uno mismo” es tener el coraje de vivir en coherencia con nuestros valores, sueños, pensamientos y principios.

Ser auténtico es tener el coraje diario y cotidiano de soltar la necesidad de “encajar”, de buscar “aceptación” o peor aún, de “adaptarse” al medio y sus exigencias. Por esta razón, ser auténtico tiene que ver con la confianza y la seguridad personal.

La persona auténtica genera una atmósfera de confianza, de alegría, de libertad, de coherencia tan intensa que lo que causa en los demás suele ser algo muy parecido. Son agentes contagiadores de libertad, de soltura, de liviandad. Nada de clichés, sonrisas falsas, ropa ajustada a imágenes de moda, estatus, etc.

Hay tres elementos claves para la autenticidad:

1.- Saber que no es un rasgo fijo, sino un proceso continuo. Obvio pues lo auténtico tiene que ver con el ser al que se aplica y todos somos seres “siendo”. Vamos cambiando cada instante y cada instante guarda la posibilidad de hacer modificaciones.  

2.- Es preciso conocerse a uno mismo. Sin autoconocimiento no se puede hablar de autenticidad. Hay que estar atentos a nuestro interior para captarnos. Observarnos constantemente en nuestras relaciones, en la vida cotidiana, en las crisis, etc. 

3.- Vivir con el coraje de ser honestos y hacer de la Verdad nuestra forma de vida.  Que el tener, el hacer y el ser estén alineados. Que la palabra, el comportamiento y la conducta estén alineados. En otras palabras, que vivamos en UNIDAD, sin divisiones internas. Aceptándonos como somos y procurando cada día hacer de nuestros momentos vitales posibilidades de configurar nuestra más veraz versión.  Justamente desde esa honestidad es que surge la confianza como un toque personal que facilita las relaciones con otros.

En 2008, los estudios de Wood, Linley, Maltby, Baliousis y Joseph llegaron a establecer que las personas que se perciben como auténticas reportan niveles más altos de autoestima, bienestar psicológico y satisfacción con la vida. Además, tienden a experimentar menos ansiedad y depresión. La razón es simple: cuando vivimos en coherencia con nosotros mismos, reducimos el estrés que genera la constante necesidad de fingir o adaptarnos a expectativas ajenas. 

Lenton, Slabu, Bruder y Sedikides en el 2013 también relacionaron a la autenticidad con emociones positivas más intensas y frecuentes.

Ni la prisa, ni lo rápido. La vida serena y calma.

Una vida serena permite vivir los momentos con conciencia plena de cada detalle. Si corremos por la existencia nos perdemos de saborear lo que oculta cada instante y, lamentablemente, podemos entrar en una especie de “vida en automático”.

En un mundo que nos empuja a correr, la serenidad es un acto de rebelión, un acto militante de libertad. La prisa nos distrae, no nos permite sentir el suelo que pisamos, las texturas, sabores, aromas y colores que nos rodean. La prisa nos desconecta con nuestro interior y nos coloca en una peligrosa “desatención”.

La rapidez nos agota; la calma nos renueva. No es perder tiempo, es ganar conciencia. No es lentitud es contacto con la vida.

 

REFLEXIONES:  La felicidad no reside en negar lo difícil de la vida o incluso lo absurdo que en ella sucede, sino en aceptar que en esa dificultad y en ese absurdo, todos tenemos la posibilidad de hacer lo inimaginable, hacerlo lo mejor que podamos, haciendo el bien y pasándonosla bien. Es allí cuando la felicidad ocurre, acontece….es decir, deja de ser un fin para ser una consecuencia.

La felicidad surge de un acto de coraje en el que sentimos profundamente lo auténtico, lo original e irrepetible de nuestra existencia. Surge de un acto de confianza absoluta en la vida, de una entrega apasionada a toda la hondura de la existencia asumiendo todos los riesgos y los misterios que conlleva. 

El veneno que mata lentamente a la felicidad es el egoísmo, la codicia y la competitividad enfocada en el ganar y en el “me gusta”. Y es que la esclavitud al ego y a la acumulación de emociones y bambalinas sociales apagan la pasión humana y desfiguran el coraje del alma.

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