Derechos Humanos no Suficientemente Universales

Siguiendo con el capítulo primero de la encíclica del papa Francisco “Frattelli Tutti” nos encontramos con las reflexiones del Papa sobre los Derechos humanos.

Generalmente esta denominación alude a esos derechos inherentes a la dignidad de cada persona en esta tierra y que trasciende todo espacio territorial o frontera. Incluyen temas como la libertad, la igualdad y las nociones básicas de calidad de vida, llámense derecho al trabajo, a la salud, a la educación, al agua, a los alimentos, a la libertad de expresión, etc.

La declaración más notoria acerca de este tema está recogida en el artículo 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos:

“Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.”

 

Parte de esta declaración alude a la necesidad de que estos derechos sean recogidos en todas las legislaciones y que los Estados se conviertan en garantes de su concreción.

A propósito de esto, hay que decir que los derechos humanos no son concesión. Es importante comprenderlo porque, a veces, parecería que dependen de la voluntad política, de los Estados o de la sociedad. Nada más equivocado. Los derechos humanos son parte de nuestra naturaleza y no requerirían de ninguna ley o norma para ser considerados como tales.

De hecho, si lo pensamos con detenimiento, es una paradoja el que hayamos aceptado que son una “conquista” social.

¿Es que acaso el ser humano tiene que “conquistar” algo que le es suyo por naturaleza? Y si a esto le sumamos el que dichas declaraciones, en muchos casos, han quedado en papel, en discursos o en normas sometidas al antojo de gobiernos, líderes u organizaciones internacionales, tenemos mucho por reflexionar.

Hay que decir que el panorama mundial sobre derechos no se escribe sobre buenas intenciones, leyes o tratados internacionales, sino, sobre todo, en las prácticas cotidianas de cada persona en este planeta.

Prácticas cotidianas que se alimentan de una cultura de “diferencias” de “divisiones insalvables” de discriminación, cosificación, utilidad y hasta mercantilización de los seres humanos. Prácticas a las que nos vamos acostumbrando aun a pesar de su irracionalidad. Y es ¿que no nos hemos acostumbrado a la discriminación? ¿no nos hemos acostumbrado a ver cómo las leyes que hablan de derechos son manoseadas, adaptadas o estiradas por abogados, expertos o líderes de una manera casi obscena? ¿no nos hemos acostumbrado a mirar la desigualdad con cierta indiferencia? ¿No estamos peligrosamente acostumbrándonos a ver la inmoralidad de una cultura egocéntrica que pisotea los derechos de los demás con tal de defender los propios?

¿Somos capaces de comprender y vivir esa dignidad o igualdad?

¿Parece increíble verdad? Con todo nuestro progreso tecnológico y aún no hemos resuelto este dilema. En medio de nuestro desarrollo científico, aún seguimos debatiéndonos sobre si los derechos humanos básicos deberían o no ser el centro de todo esfuerzo social y mundial. ¿Como ha ocurrido que estos temas tan prioritarios se hayan perdido entre discursos, guerras, conflictos, vanidades, codicia, egoísmo, etc.?

El Papa Francisco, a mi entender, pone el dedo en la llaga cuando dice: “… tantas afrentas contra la dignidad humana se juzgan de diversas maneras según convengan o no a determinados intereses, fundamentalmente económicos. Lo que es verdad cuando conviene a un poderoso deja de serlo cuando ya no le beneficia”

 

Al final, debemos aceptar el hecho de que los derechos humanos también han entrado en la cesta de “los intereses”. Una verdadera contradicción ¿verdad? ¿De qué igualdad, de qué dignidad, de qué derechos hablamos si la orientación de esos derechos responde a intereses particulares; ¿es decir, está condicionada a una discriminación encubierta?

 

No debemos sentirnos agobiados ante esta realidad. Los cristianos debemos mirar la realidad tal cual es y evitar contagiarnos de una resignación colectiva, pero a su vez, asumir los hechos como son para actuar en consecuencia.

 

Y es que para todo cristiano el hecho de la igualdad y la dignidad no es controversial. No necesitamos discutirlo porque es la raíz misma de nuestra fe, máxime si la comprendemos dentro de las claves que nos dio Jesús:

“En verdad les digo que en cuanto lo hicieron a uno de estos hermanos Míos, aun a los más pequeños, a Mí lo hicieron” o “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos” o la rotunda afirmación de “Yo y el Padre somos uno”.

Los derechos humanos, desde la perspectiva cristiana, cobran la fuerza y la solidez de la Verdad Una Verdad que no es utópica, idealista o menos aún resultado de una concesión o de una decisión social, sino que son expresiones de esa dignidad que todos compartimos en lo más profundo de nuestro ser.

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