Cuidando de Nuestros Mayores

Publicado en la Revista de la MCLE, Zürich

Vale reflexionar en estos tiempos de pandemia sobre este tema.  Las noticias internacionales nos han puesto de frente a la realidad de miles de ancianos que una vez que son internados en residencias, no reciben visitas de familiares y afrontan la enfermedad y la muerte en una cruda soledad.

Todos nos hemos conmovido ante esas escenas de adultos mayores pidiendo a los médicos y enfermeras les ayuden a llegar con sus mensajes de amor a sus hijos, pareja, nietos, etc.; también nos hemos impresionado ante el abandono de muchas residencias de ancianos que han develado un desinterés de muchas familias.

Con la misma intensidad que esto nos ha conmovido, debemos reflexionarlo profundamente y hacer algo al respecto; más aún si tenemos la suerte de tener a nuestros abuelos, padres, familiares o cercanía con personas de la tercera edad. (Vecindad, amistad o por circunstancias especiales).

Recordemos que del tipo de cuidado que una sociedad preste a sus mayores y a las personas más vulnerables, se deducen los valores de cada persona que forma parte de esa comunidad. Es decir, no habla solamente del Estado o sus servicios públicos sino de cada individuo que construye esa sociedad.

Observemos con claridad el riesgo de la deshumanización cultural que muchas veces, desplaza a la persona enfocándose en su utilidad económica; o, peor aún, desplaza a la persona por no encuadrarse en las etiquetas sociales de estatus o valoración social. Es justamente esta deshumanización el origen de la confusión entre vejez y enfermedad, discapacidad, disfuncionalidad y hasta decadencia.

Es justamente esta deshumanización la que ha producido sistemas de salud centrados en la enfermedad y no en la persona o sistemas de educación, laborales y financieros enfocados en la productividad o los índices de rendimiento.

Lo hemos visto en esta pandemia de un modo totalmente claro. Los servidores sanitarios llaman la atención de todo el mundo con sus interrogantes sobre los fundamentos de los sistemas de salud, los protocolos de acompañamiento y la revalorización de la salud como un concepto multidimensional (biológico, biográfico y espiritual).

Quizá uno de los regalos que nos deja esta situación es advertir estas realidades.  Los mismos servidores sanitarios exigen una ética del cuidado que no desplace a las personas por su edad o condición y que integre la ternura, el abrazo y el cuidado amoroso tanto en las salas de terapia intensiva como en las residencias de ancianos.

Las redes sociales están llenas de personas que, desde la primera línea, levantan su voz pidiendo el derecho de evitar que las personas mueran en soledad. Pero ¿qué implica esto? ¿Se refieren a la mera presencia de alguien que acompañe a un moribundo o acaso están refiriéndose a cierta calidad en ese acompañamiento?

Es evidente que están advirtiendo la importancia del afecto en todo el espectro de la existencia humana, incluida la enfermedad y la muerte. El personal sanitario sabe que la tristeza por soledad o el sufrimiento existencial no sanan con morfina, analgésicos, medicamentos de última generación o modernas instalaciones, sino que requieren de cuidado compasivo y delicadeza de trato.

Reflexionemos sobre nuestra actitud ante la vejez, ante la soledad y ante la apatía.

Empecemos en casa o con los mayores que tenemos cerca.  A veces, somos presos de una cierta resignación ¿yo qué puedo hacer? Siempre podemos hacer algo, no es necesario que sea grande, impactante o que cambie el mundo. Si una gota de agua evoca al océano, un acto de compasión evoca al amor.

 

Véase:

 

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