Construir en Común

Publicado revista MCLE Zürich

La construcción de una sociedad sana para el ser humano es un ideal que ha sido buscado a lo largo de la historia de la humanidad, particularmente por las personas que han advertido que la cooperación y el diálogo son temas imprescindibles en nuestra supervivencia, pero sobre todo por las personas que se han abierto a lo trascendente y han buscado la verdad. Como es de esperarse, nuestra fe defiende ese ideal no como una mera utopía, sino como una llamada cotidiana y responsable. En la encíclica Fratelli Tutti, el papa Francisco, no solo que subrayó esta premisa, sino que la presentó como un eje que viabiliza la fraternidad, el diálogo, la compasión y, sobre todo, que sostiene el mayor de los mandamientos que los cristianos compartimos: el amor. Y es que el amor es la única vía para descifrar lo que nos es común y además la fuente de cómo construirlo.

Lo podemos ver claramente cuando lo enfocamos en nuestra propia vida; por ejemplo, cuidamos de la paz, de la confianza, de la seguridad física y emocional de nuestros hijos, de nuestra pareja y amigos porque advertimos que su bienestar depende del espacio en común que compartimos. De hecho, si uno de los miembros de la familia pasa por un mal momento, todos lo sentimos y nuestra tendencia natural es a cuidarlo porque al hacerlo, en el fondo, estamos construyendo lo común como un espacio de soporte.

Pero hay que estar conscientes de que esta manera de actuar es, a su vez, el germen y la proyección de la conciencia social. Por eso, cuando no existe amor en las personas y en la familia o es entorpecido o destruido por algo; la conciencia social y la corresponsabilidad colectiva reciben ese impacto y lo manifiestan en macro.

Y es que los seres humanos tenemos dos tendencias marcadamente diferentes: una tendencia a actuar por miedo y atacar o defendernos por pura búsqueda de seguridad; y, una tendencia a confiar en los demás, cooperar y crear espacios de encuentro.

La construcción o la destrucción de lo común dependerá de cuál camino elijamos tanto a nivel personal como a nivel colectivo. En la actualidad, resulta obvio por cual tendencia parece estar caminando la humanidad. El núcleo de ello es el miedo y su resultado es el imperio del ego y la vanidad humana reflejados en la prepotencia; el querer ser mejores que otros y no pensar en servir, sino en ser servidos; la codicia desde un egocentrismo falaz; la indiferencia y la miopía de pensar que lo propio es lo único que merece ser cuidado.

De allí surgen naciones prepotentes y naciones temerosas; imperios de poder que engendran miedos colectivos; espectáculos de dominio en los que la violencia se normaliza y una serie de tonterías que nos llevan a aceptar el absurdo y, a veces, hasta a aplaudirlo.

Por ejemplo, aplaudimos que nuestros países se protejan contra las guerras arancelarias comprando oro o especulando con valores internacionales, pero ¿qué estamos entendiendo por protección? ¿El oro o los papeles financieros son fuente de vida? ¿En qué nos protegen? o peor aún, aplaudir que las economías se enfoquen en la compra de armamentos para sostener la paz o que se ordene el mundo entre los depredadores con derechos y los que parecen no tener ni siquiera un mínimo valor bajo la idea del “equilibrio mundial”.

¿Hay alguna esperanza de revertir todas estas tonterías que destruyen lo común?

Claro que sí. Todos somos responsables de esa esperanza y no solo de crearla, sino sobre todo de mantenerla. La necedad de pensar que los cambios vienen de afuera es una tontería también. Valen estas palabras directas y simples que nos lo recuerdan ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? Y es que esperar que los políticos, que las naciones dominantes, que los líderes sociales o económicos hagan algo es caer en la misma neurosis colectiva que los ha engendrado. La transformación siempre viene de adentro hacia afuera, no al revés.

Así que la construcción de lo común pasa por cada uno de nosotros. No es un tema de esperar. Es un tema de elegir entre el miedo y la defensa y el amor y la confianza. Es remar contra corriente de una cultura egocéntrica y ofrecer pequeños rayos de luz coherentes y perseverantes con el amor.

No olvidemos estas palabras: “Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder” Mateo 5:13-16.

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