Amor Universal que Promueve a las Personas 

Publicado revista MCLE Zürich

Siguiendo con la reflexión sobre la encíclica Fratelli Tutti del Papa Francisco en su capítulo tercero “Pensar y gestar un mundo abierto”, nos encontramos con este título, tan potente como sugerente, sobre todo porque recoge tres nociones que constituyen el eje de toda la encíclica: el amor, su universalidad y su finalidad. 

Al respecto, el papa nuevamente pone en el centro: la dignidad humana. Resalta su incondicionalidad. Ya lo habíamos señalado en la entrega anterior. No se puede hablar de fraternidad o de igualdad sin partir de la comprensión de lo que es y significa ser una persona. 

No podemos ser hermanos de otros sin entender la razón que lo fundamenta, así como no podemos aplicar la justicia o la equidad si olvidamos para qué y para quién la construimos. Siempre es bueno insistir en este tema, pues, aunque parezca de sentido común, en la historia de la humanidad, la noción del ser humano no ha sido unánime y no solo eso, también ha sido la fuente de innumerables conflictos. 

Se puede imaginar que si no somos capaces de convenir sobre quiénes somos, tampoco podemos convenir sobre la cualidad en la que se asienta nuestra dignidad como personas. Y es que la pregunta sobre quién es el ser humano contiene también la pregunta sobre lo que implica la dignidad. 

Muchas son las ciencias que han tratado de encarar este asunto. En filosofía, por ejemplo, se ha abordado este tema desde varias perspectivas como: el dualismo, que postula que el ser humano está compuesto de dos substancias distintas: el cuerpo material y la mente o alma inmaterial; el materialismo que, contrario al dualismo, sostiene que la mente y la conciencia son producto de procesos físicos y biológicos del cerebro; o, como el estructuralismo que supone que la identidad humana depende de las estructuras sociales, lingüísticas y de ejercicio de poder. 

En medio de estas discusiones teóricas, la dignidad ha ido quedando relegada al reconocimiento de derechos humanos considerados universales como la vida, la salud, la educación, etc. Ya en la práctica, todos sabemos que estos derechos nada tienen de universales pues dependen de la voluntad política de cada nación. La dignidad se vuelve un asunto muy escabroso, sobre todo porque en la definición y aplicación de esos derechos y de esas libertades se asume como componente principal, la cultura. Lo cual abre un enorme agujero por el cual se puede trastocar completamente la dignidad humana. Por ejemplo, sociedades que, culturalmente, consideran que las mujeres no son dignas de ciertas libertades, éstas no serán sujetos de ciertos derechos. Y es que cuando la noción del ser humano está orientada desde paradigmas biológicos y culturales, corremos el riesgo de que la dignidad termine condicionada a la mentalidad del ser humano que crea esa cultura. 

Por esta razón, es que el Papa Francisco, muy acertadamente, coloca a la cosmovisión del ser humano y a la dignidad que brota de ello, en el centro de la comprensión del amor universal. Uno de los fundamentos de la antropología cristiana (visión del ser humano). 

Es lógico suponer que, si vamos a aproximarnos a la idea del amor universal, es necesario entrar con una mentalidad universal. Es decir, comprendiendo que estamos hablando de algo que aplica a todos, sin excepción de ninguna clase y sin condiciones que dependan de la interpretación humana. 

Postura que el cristianismo defiende al reconocer que la persona humana es una creación de Dios. La image Dei (creados a imagen de Dios) en esta perspectiva, es la fuente de la dignidad humana. Una dignidad que no admite ninguna interpretación que coloque sobre ella alguna condición, menos aún, que dependa de algo cultural, social, religioso, etc. Es decir, en el contexto de la teología cristiana, no 

hay agujero posible para que se destruya la universalidad de la Image Dei. Desde esta universalidad surge la fraternidad en su más profundo significado. 

Los cristianos estamos a llamados a comprender el amor y la fraternidad universal. Vale en este sentido, recordar las palabras de Jesús “…El hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” Mt. 5:45 y “Por eso, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, así también haced vosotros con ellos, porque esta es la ley y los profetas” Mt. 7:12. 

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