El capítulo quinto de la exhortación “Amores Laetitia” del papa Francisco llama la atención con este título e inicia sus acàptes con la siguiente aseveración: “El amor siempre da vida” Afirmación que merece ser reflexionada con detenimiento. Empecemos por comprender qué es fecundidad. Según el uso común de esta palabra, la fecundidad se refiere a la virtud y a la facultad de crear. Alude también a abundancia y fertilidad.
En este sentido, la fecundidad reúne en sí misma una cualidad de fuente y de fruto. La fecundidad del amor conyugal, desde esta perspectiva es el espacio que acoge tanto la donación de los esposos como también la posibilidad de la procreación y la generación de vida.
En este marco, la sexualidad de la pareja se convierte en un lenguaje de donación que abre la posibilidad de la llegada de los hijos “amándolos incluso antes de que existan” pero que no se agota en esta función. El amor erótico y la sexualidad en pareja son signo y testimonio de amor y, en este sentido, “siempre dan vida”.
Podemos comprender estas afirmaciones cuando nos centramos en la antropología cristiana. Evidentemente desde otras visiones del ser humano es imposible captar lo que nos propone el papa Francisco.
Por ejemplo, es lógico que, si se parte de una visión biológica, psicológica o cultural, la sexualidad sea percibida como un tema biológico y adaptativo. Bajo esta comprensión, la fecundidad agota su significado en su carácter reproductivo y de alguna manera, se divorcia del amor como fundamento. Es fácil comprender entonces que la sexualidad del amor conyugal y la fecundidad queden atrapadas en una semántica de concepción o anti concepción.
Quizá por ello, existe tanto conflicto en nuestros días para comprender el enunciado con el que hemos iniciado “el amor siempre da vida”. Especialmente en los tiempos actuales en los que la cultura del entretenimiento hipersexualiza el vínculo de pareja y biologiza a la familia. Para comprender las palabras del papa Francisco en el documento que analizamos, debemos incluir la dimensión espiritual del ser humano, su libertad y su cualidad de criatura. Dimensión que nos permite ver que la corporeidad, la psicología y la cultura son también manifestaciones de Dios y por tanto, también guardan en sí, el misterio del orden de su creación, renovado en la capacidad de la pareja de cooperar con Dios en la generación humana.
Si abordamos la fecundidad desde esta perspectiva, podremos extender nuestro entendimiento más allá del hecho de la reproducción y del rostro biológico y corpóreo de la sexualidad humana. Un abordaje que también nos permitirá comprender lo que sugiere la expresión de que los esposos son “una sola carne”.
Todos debemos hacer el esfuerzo de comprender el misterio de la generación en la sexualidad humana porque es uno de los misterios más profundos de nuestra existencia. Mire a sus hijos con detenimiento y observe sus sentimientos y se dará cuenta de la hondura de esta afirmación. Y si no los tiene, mire en su corazón a su pareja y observe la fertilidad de su sentimiento en cuanto a la apertura de su mente a la riqueza de la vida.
El amor integra. No es un tema de supremacía entre la corporeidad y lo espiritual. Tampoco es un tema de exclusión entre lo biológico y lo espiritual. La fecundidad del amor es connatural a su fuerza y, por tanto, no puede agotarse en una u otra dimensión humana.
La sexualidad, la fecundidad de la pareja, la familia y, sobre todo, el amor son vivencias humanas que nos exigen pensar desde la hondura de la existencia y bajo la brújula de la fe. Únicamente desde la fe y un paradigma integrativo y multidimensional, se puede comprender el lenguaje erótico, la sexualidad y la fecundidad del amor.
En este contexto, reflexionemos sobre lo que quiere decir el papa Francisco al decir que, aunque falten los hijos, el matrimonio como intimidad y comunión conserva su valor y que la fecundidad de su amor “amplía y se traduce en miles de maneras de hacer presente el amor de Dios en la sociedad”.