MÁS CERCANOS, PERO NO MÁS HERMANOS
Siguiendo nuestra reflexión sobre el capítulo primero de la carta encíclica fratelli tutti del papa Francisco, nos encontramos con esta frase, cuya profundidad y contundencia sintetizan una de las realidades más crudas de la actualidad: «la sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos».
Los medios de comunicación, las redes sociales y la tecnología nos ofrecen la ilusión de la cercanía. Nos enteramos de lo que pasa en el otro lado del mundo en tiempo real; hablamos con personas de otras latitudes; trabajamos en equipos internacionales, etc., pero el hecho es que, esa cercanía, no se teje en medio de valores comunitarios, sino lamentablemente, en una cultura de estrategias.
Estrategias de mercado, estrategias de política, estrategias económicas, estrategias financieras, estrategias publicitarias.
Miremos un ejemplo. Las grandes empresas captan estratégicamente los espacios de publicidad de los medios de comunicación desplazando a las pequeñas y medianas empresas. Los precios de un anuncio publicitario se vuelven inaccesibles y la dependencia del medio de comunicación de las grandes corporaciones para sobrevivir financieramente pone en duda su neutralidad. Una neutralidad que, por ejemplo, en los noticieros crea una enorme brecha de desconfianza en la población por el manejo de las noticias y por el uso y abuso de los mensajes de opinión.
Las redes sociales hacen otro tanto; la sospecha de que las empresas que están detrás deciden qué mensajes se “viralizan” o que cuentas, canales o noticias se refuerzan es muy significativa y nos ponen ante una situación de consumidores indefensos a la manipulación orquestada. No se diga con respecto al manejo que hacen de nuestra información, datos y preferencias. ¿Esto es construir cercanía?
Con salvadas excepciones, los medios de comunicación y las redes sociales son instrumentos de publicidad más que de cercanía social; y, por tanto, presos de la cultura del marketing, es decir de la estrategia comercial que se aplica a “algo”. Un “algo” que cada vez se expande en significados. Me refiero a la tendencia de convertirlo todo en objeto de consumo.
La mentalidad competitiva ha hecho tanta mella en la humanidad que, por ganar y procurarse utilidades y beneficios, ha devastado uno de los valores más importantes a la hora de crear fraternidad: la confianza.
Se ha vuelto muy complicado confiar. Y es que ¿cómo podemos confiar si la mentira y la manipulación son consideradas “estrategias” de marketing?
Cada vez se desarrollan más estrategias de persuasión. Desde la tecnología y la neurociencia se afinan los “recursos persuasivos” por no llamarlos directamente “recursos de manipulación social”. Existen asesores de neuromarketing que estudian cómo condicionar nuestro comportamiento de compras; así como existen asesores de imagen que pueden “crear líderes” o “reconvertir mensajes” de todo tipo.
Sin ir más lejos, a los vendedores los capacitan para “convencer” a sus clientes e incluso crear necesidades nuevas que, muchas veces, ni siquiera guardan cierta racionalidad o lógica. Así vemos como las marcas de ropa, de relojes, de gafas, de zapatos, etc. definen la utilidad de algo por su estatus. Esto llega al extremo del absurdo cuando reflexionamos sobre productos que incluso van contra nuestra salud y sin embargo crecen cada año en ventas. La comida rápida es un ejemplo extremo. Poca calidad, bajo precio, auto servicio, derroche de cartón, plástico y papel; producción a gran escala, engorde artificial de animales, devastación de ecosistemas, etc. y todo esto dentro de una oferta que, por estudios nutricionales, han significado un problema de salud muy serio.
Este mundo de estrategias ha causado una cercanía con rasgos de desconfianza y de sospecha continua. Con la pandemia, todos hemos sido testigos de esta situación. Estas estrategias de persuasión social han dejado huella profunda en la sociedad. La desconfianza en los medios informativos, en las farmacéuticas, en los expertos, en los políticos, en las organizaciones internacionales son un tremendo reto. El desencanto de millones de personas está a la vista de todos.
Bajo este escenario, parecería que la mentira se pasea por el mundo a sus anchas, creando a su paso, angustia, desesperanza y aislamiento.
¿Hay excepciones? Pues claro que las hay y usted y yo debemos ser parte de esa excepción porque como cristianos contamos con la mayor fuente de confianza posible y debemos asumir el desafío de multiplicarla por el mundo.
No seamos parte de la cultura de la estrategia, no justifiquemos la mentira o la manipulación por más que nuestros objetivos personales o metas nos encandilen. Propiciemos el diálogo sin desacreditar, desprestigiar o invalidar a las personas con las que no estemos de acuerdo. Seamos críticos ante las estrategias que nos dividen.
Es necesario que reflexionemos seriamente sobre este tema pues sin confianza falta el pegamento de la vida en comunidad y, sin esta versión comunitaria nos acercamos a un callejón sin salida y, evidentemente el sueño de la fraternidad se aleja.
Reflexionemos continuamente para que no seamos consumidores pasivos sumidos en la apatía o peor aún, en la más oscura de las cegueras: la indiferencia.