EL PRÓJIMO SIN FRONTERAS

Siguiendo con la encíclica Fratelli Tutti y desde la parábola del Buen Samaritano, nos encontramos con este tema. Sin duda, uno de los más significativos para todo católico, pues en esta parábola, Jesús nos define con claridad lo que debemos entender por “prójimo”.

Un significado que resulta fundamental, especialmente si advertimos que en el resumen que hizo de todos los mandamientos incluyó el amor al prójimo después del amor a Dios. De hecho, si recordamos el antecedente de esta parábola, Jesús la desarrolla justamente porque un maestro de la ley le pregunta ¿quién es mi prójimo?

Como sabemos, Jesús le responde de un modo totalmente confrontativo al incluir a un samaritano en la parábola y además convertirlo en el ejemplo a seguir. Recordemos que un samaritano en aquella época era concebido por los judíos como seres impuros y hasta despreciables.

Por tanto, la parábola de Jesús resulta tremendamente impactante pues Jesús desafía a toda la mentalidad de su época. Por un lado, desafía la comprensión de la noción de prójimo (reducido a la familia y a la nación) y, por otro lado, invita a derrumbar fronteras psicológicas y prejuicios.

Para tal empresa, Jesús usa una potencia pedagógica tan consistente y lógica que no permite ningún margen de descalificación argumentativa. ¿quién ante su relato, podría no haber reconocido que fue el samaritano la persona más misericordiosa? Una vez que Jesús se cerciora de que el maestro de ley ha comprendido su argumento, remata incluso aún más su postura al decirle:  -Ve y haz lo mismo- Es decir, no solamente que le pide superar sus prejuicios, sino que le invita a actuar más allá de las leyes de aquella época.

Hay que decir que este reto sigue siendo actual. Si bien en esa época habían normas y leyes al respecto, no es menos cierto que ahora, existen normas sociales y comportamientos culturales basados en la misma idea errónea de que no todos somos iguales y por tanto, requerimos de ciertas “condiciones” para ser considerados prójimo. Y es que Jesús sigue desafiando al ser humano a comprender una de las fronteras psíquicas más difíciles de superar: la vivencia de la incondicionalidad en el amor, en la misericordia y en la compasión.

Atendiendo al diccionario de la REA, la incondicionalidad alude a lo “absoluto, sin restricción alguna y sin limitación” Es decir que no admite fragmentación o priorización alguna. Por tanto, el acto compasivo no depende de ninguna cualidad ni de quién lo ejerce ni de quién lo recibe, desmoronando la idea de grupos privilegiados, de hijos especiales, personas predilectas o naciones elegidas.

Jesús interpela a toda la humanidad e invita a comprender que El Padre es el Padre de todos y que el Reino de Dios es para todos y no le pertenece a nadie de forma privativa. Sin duda una de las exigencias más difíciles para el ser humano que está acostumbrado a “diferenciar” a “dividir” y a tratar de ubicarse como “especial” “prioritario”, “elegido”, etc. Una invitación a romper uno de los prejuicios más fuertes de la psique humana que siempre tiende a condicionarlo todo y a orientar tales condiciones bajo su propio interés personal. Una invitación tan radical como ofrecer la otra mejilla, amar a nuestros enemigos y perdonar sin límite.

Evidentemente que la incondicionalidad es un tema muy complejo para la mente humana. Amar sin condiciones requiere de una disciplina interior y una atención muy especial, pero también es verdad que nada de lo que Jesús nos pide es fácil y que, con seguridad, confió en que somos capaces, caso contrario ¿Para qué vendría a ofrecernos una manera de vivir si, por principio, no cree en que podríamos hacerlo?

Nuestra tarea como cristianos es aceptar la invitación de Jesús y atrevernos a vivir lo “incondicional”. Si bien las fronteras geográficas han producido cientos de conflictos, crisis, guerras y rencillas tribales, grupales y nacionales, hay que decir que las fronteras psicológicas escritas desde la “condicionalidad” son igualmente nocivas y peligrosas y al igual que las fronteras geográficas fragmentan la vida, excluyen y provocan una serie de actos violentos.

Habrá que revisar esas creencias tan normalizadas que hacen que digamos cosas como: “te  quiero siempre y cuando….” “te ayudo dependiendo de…” puedo aceptar, respetar y comprender a una persona “siempre que….” o actúo ante tal o cual persona “dependiendo de dónde venga, cómo actúe, de qué familia proceda, de qué religión, de qué país, etc.….” y revisar también si no estamos propiciando la división, la descalificación o la desvalorización de otras personas a nombre de una supuesta “defensa de nuestra fe” o de esas fronteras emocionales basadas en el “me gusta o me disgusta”.

Reflexionemos sobre las palabras de Jesús cuando dijo (Mt. 5:44-45)

Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos