¿Estamos ante el fin de la conciencia histórica?
Parte del primer capítulo de la encíclica del papa Francisco “Fratelli Tutti” está destinado a reflexionar sobre el contexto cultural de nuestros tiempos. Uno de ellos y quizá uno de los más preocupantes, son las nociones antihistóricas.
Al respecto, el Papa Francisco alude en la encíclica a una charla que mantuvo con jóvenes a quienes les instó: «Si una persona les hace una propuesta y les dice que ignoren la historia, que no recojan la experiencia de los mayores, que desprecien todo lo pasado y que sólo miren el futuro que ella les ofrece, ¿no es una forma fácil de atraparlos con su propuesta para que solamente hagan lo que ella les dice? Esa persona los necesita vacíos, desarraigados, desconfiados de todo, para que sólo confíen en sus promesas y se sometan a sus planes.”
Ignorar la historia puede sonar muy atractivo. ¿Empezar de nuevo es una idea emocionante verdad? Especialmente si se comprende al pasado como una época retrasada e ignorante, retrógrada y anticuada.
¿Cómo se llega a esto? ¿qué criterios se aplican para ubicar al pasado como algo vacío de valor?
Uno de los criterios es la sensación de “bienestar” logrado. Se mira con desdén a ese pasado que transcurrió sin teléfonos móviles, sin televisión, sin ordenadores, sin máquinas de lavar, etc. Otro tanto se hace con la sensación de progreso científico y de los logros de la neurociencia, de la ingeniería, de la robótica, de la astrofísica, etc.
Pero ¿son estos criterios válidos? ¿es necesario comparar el presente con el pasado? ¿con el objetivo de medir qué? ¿medir bienestar, medir progreso? ¿de qué bienestar hablamos? ¿hablamos de comodidad o de calidad de vida? ¿nos referimos a esos miles de inventos que nos facilitan el día a día?
Desde el discurso del progreso tecnológico y científico es indudable que podemos caer en el error de percibir el pasado como anticuado y, como dicen muchos teóricos, considerar estas épocas pasadas como el fin de una etapa humana que requiere re interpretar al ser humano desde su combinación con la tecnología y la ingeniería genética. Una hábil manera de incluir promesas de bienestar, libertad y progreso.
Pero nuevamente tenemos que preguntarnos de que bienestar, de que progreso y de qué libertad hablamos. ¿Tener sofisticados bienes y servicios es progresar, tener medios tecnológicos nos hace más libres? ¿Realmente hemos progresado como psique? ¿somos más solidarios, más confiados, más serenos, tenemos más calidad de vida, menos miedo, más creatividad? ¿qué definición de persona estamos construyendo?
¿No será que estamos enfocándonos solamente en el mundo del “hacer” y del “tener” y vamos olvidándonos del “ser” y confundiéndolo en el dominio de los objetos y servicios?
Si lo reflexionamos con profundidad, también encontraremos la clave para desmenuzar ese famoso “aquí y ahora” que ronda a las nuevas generaciones como una invitación a vivir en el placer, en la diversión y en la auto satisfacción y con la consecuente sensación de estorbo que surgen desde los valores “anticuados”, las tradiciones, los consejos de los mayores, los relatos colectivos, las memorias sociales, etc.
El aquí y ahora poco a poco se va convirtiendo en una especie de filosofía egocéntrica basada en el placer personal y en el uso y abuso de la comodidad que promete el progreso científico y tecnológico. Incluso se lo ha llegado a mercantilizar como promesa espiritual, sin tener el mínimo respeto por su hondo significado en las prácticas espirituales del oriente.
Como dice el papa Francisco, esta es una buena estrategia para manipular y generar un sentimiento de vacío (que debe ser llenado) y de desconfianza al pasado que debe ser de-construido.
Reflexionémoslo con seriedad, pues es la historia la que nos permite comprender la diferencia entre experiencia y expectativa; y, por tanto, nos invita a encontrar aprendizajes y asumir la responsabilidad ante ellos para transformar el futuro. Si la historia como ciencia corre la misma suerte de la ética o de la filosofía, las nuevas generaciones irán menoscabando poco a poco su pensamiento crítico y el imperio del “aquí y ahora” se transformará en un exceso existencial lleno de experiencias intensas y desarraigadas del compromiso biográfico y colectivo.
Si nos arrancamos la historia como pretenden las nuevas teorías antihistóricas, no podremos advertir el hilo conductor de nuestros propios errores como humanidad. Debemos entender que no es necesario comparar el presente con el pasado en términos de mejor o peor. Su riqueza no está en la comparación sino en el relato que nos ofrece para comprendernos y revisar nuestra responsabilidad.